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martes, 22 de enero de 2013

Memoria RAM 1-Parte 5: EL PREDICADOR -Carlos Torres Valencia – EL PREDICADOR


Mi mano sobre el arado: es soplar en los Océanos de vida… y aprendo cada palabra que dice el Profeta; siento su Verbo grabarse en mí; lo identifico con la eternidad del Soy…

“Yo Soy el Predicador. Mi nombre es conocimiento, porque desde el principio llevo en mí el conocimiento del tiempo y las edades.

Yo soy el Predicador, hijo de la Vid Eterna, he sido rey y ministro de lo Supremo. He caminado la tierra de los hombres, buscando entre ella, el surco y la semilla y sólo he visto en ella vanidad de vanidades; todo vanidad.

He reconocido al hombre que se afana debajo del sol. Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece.

Sale el sol, y se pone el sol. El viento tira hacia el sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento de nuevo.

Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo.

Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír.

Lo que fue es lo mismo que será y nada hay nuevo debajo del sol. Cuanto aquí es nuevo, ya fue en los siglos precedidos.

Para el hombre que no ara su tierra, no hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá.

Yo, el Predicador, fui rey y mendigo en el mundo de los hombres. Después de esto, dispuse mi corazón para inquirir y buscar sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo.

Ya me dedico al trabajo del Señor ante los hijos de los hombres; lanzo saetas de verdades para que éstos se ocupen en Él.

Durante siglos he visto todas las obras que se hacen debajo del sol; y encontré que todo ello es vanidad y aflicción de espíritu, pues el tiempo cumple y lo torcido no se puede enderezar.

Hablé con mi corazón para crecer en sabiduría ante los que fueron en el mundo y mi corazón ha percibido sabiduría y ciencia.

Así dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, a entender los desvaríos de los insensatos, que aún no comprenden su aflicción de espíritu:

porque en el saber del mundo hay molestia y en la ciencia del hombre torpe, se añade dolor… Yo no soy el que veis que soy. He conocido de vosotros las edades y los tiempos.

Mi nombre es Edad y mil nombres de hombres”. Mi mano sobre el arado; que traigo en mí, igual que mis hermanos de estrellas, para compartirlo entre las estrellas nacientes…

mi reja, la cuchilla filosa de mi arado, descansa de la tierra, no es de cobre ni de bronce que se amella, es de acero forjado de las espadas de mis abuelos, es la única de la región…

El profeta sobre la roca domina el espacio y las mentes de los hombres. Su cayado en la mano apunta hacia el cielo de los hombres, mientras se bate en remolinos de señales y símbolos.

Mis bueyes se echan sobre la hierba y los últimos terrones que mi final arrastre levantó. Y la voz retumba, sigue su paso inapelable.

Los ojos de unos revisaron en la escritura de la letra muerta, en sus apuntes del Lamud y asombrados a hurtadillas, murmuran entre sí.

Se acercaron allí viajeros y comerciantes. Una caravana detuvo sus pasos ante la formidable voz.

Mis aradores de las doce yuntas, temerosos también, quietos, permanecieron. La vara con su voz volvió a batirse hacia el infinito y señalando las nubes dijo:

“Un día mientras fui rey, dije yo en mi corazón: prueba tu alegría, goza tus bienes; mas encontré en esto vanidad, porque sentí el placer que enloquece los sentidos y de nada sirve.

Luego propuse agasajar mi carne con el vino hasta la necedad, hasta que vi a los hijos de los hombres ocupándose todos los días de su vida en esta ruina.

Un día engrandecí mis obras y edifiqué casas, planté viñas; hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto.

Hice estanques de aguas y regué los bosques donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve gran posesión de vacas y de ovejas.

Amontoné plata y oro, tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, y fui engrandecido, más que todos los que fueron antes de mí en el tiempo de los hombres.

No negué a mis ojos cosa alguna, ni aparté mi razón de placer alguno, esta fue parte de toda mi faena en la tierra.

Y miré luego las obras hechas por mis manos, el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, sin provecho debajo del sol.

Volví a la sabiduría al preguntarme ¿qué hará el hombre que venga después de cuanto aprendió el rey? Nada, sino lo que ya fue hecho”.

Mi mano sobre el arado; porque hay estrellas en los Sielhos (shi-el-hos) y en la tierra, lámparas que pronto lo serán…

el viento de la tarde había llegado y con éste, muchos pies y pasos; otros caminantes quedaron allí inmóviles, clavados sobre el sendero de rudas rocas.

Los árboles de brazos largos y robustos, sostenían y acomodaban los cuerpos de hombres maduros, de niños y jóvenes que habían llegado de varios lugares.

Las mujeres acompañantes, madres, hijas y esposas escondidas detrás de sus negros velos y leyes discriminantes del Lamud y Talmud, sentadas en grupos, lejos de los hombres. La ley del Sinaí se comparaba entre murmullos, con las palabras del Profeta.

Ya rumiaban mis bueyes como lo hacían los vigilantes de la ley de Moisés, donde muchas veces encontré el hervidero de falsedades y crímenes en nombre de Dios, de sangre de inocentes y violaciones de niñas, inducidos por “los libros sagrados”.

Rumiaban los hipócritas defensores de la ley que no cumplían ley (Eclesiastés) y que allí pasaban cercanos a la verdadera Ley.

El buey azul oscuro, y blanco que siempre llamé “gran ave”, el más poderoso de los dos y el rojo “pleyón”, aún cargaban en su testuz el yugo de madera y correas de cuero.

Los dos eran cabeceros, cuando en las mañanas tantas veces adhería las doce yuntas en una sola y araba a profundidad con mi uña, la reja y arado que labré durante siete años en esta tierra de mi padre.

Todos, animales y hombres, habíamos llegado allí, cumplidos los tiempos del paso del Profeta, la voz que volvió a clamar… “Todo tiene su tiempo: y todo lo que es debajo del cielo tiene su hora”.

De repente; la tierra toda se aquietó: las hojas dejaron de caer, la brisa se escondió en algún lugar del momento, las aves no cantaron y aun, el mismo sol, se contuvo por instantes:

tal parecía que el tiempo se detuvo para escuchar y sentir las palabras del Predicador… “¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?

Yo he visto el trabajo que El Señor ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en Él.

Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho El Señor desde el principio hasta el fin.

Yo he conocido, que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don del Señor que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor.

He entendido que todo lo que El Señor hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace El Señor, para que delante de Él aprendan los hombres.

Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y El Señor restaura lo que pasó.  Soy el Predicador, la voz que prepara el camino del Señor.

Mi nombre es sabiduría, porque desde el principio de los tiempos, de los hombres y los mundos, mi espíritu se nutrió de ella y Ella es la que os llama al Arado Eterno”.

Mi mano sobre el arado; pues la tierra es un jardín tan igual de frondoso como el que me dio identidad de estrella…

Algunos reiniciaron su camino, habían tomado de las palabras cuanto necesitaban, así es el reglamento del espíritu -y se fueron con ellas-; se contiene en el recipiente hasta donde es su medida.

Ninguna capacidad puede dar más de su medida y el hombre es la medida de su obra que forja el crisol de la vida, el espíritu…

“Mi nombre es la Verdad que llevo dentro porque desde el principio yo participé de ella, y desde entonces he visto todas las violencias que se hacen debajo del sol;

conozco las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.

He visto las malas obras que debajo del sol se hacen, la envidia del hombre contra su prójimo. He visto al necio comer su misma carne.

Al que no tiene hijo ni hermano y nunca cesa de trabajar y sus ojos no se sacian de riquezas. Les he visto vivir y morir solos y no se calientan, porque no tienen el amor del par.

Vi a todos los que viven debajo del sol, caminando con el muchacho sucesor, que estará en lugar de aquél…

Mi nombre es la Luz, porque yo alumbro el sendero de los hombres y doy a conocer el destello de los soles”.

Mi mano sobre el arado; un útero de espíritus… ahora me aferraba más a él; no lo soltaba, ya el arado me sostenía, por poco caía a tierra.

Tiempo antes, siempre y con poder guié el arado, ningún obstáculo medró mi fuerza y por vez primera me di cuenta que éste me sostenía aquí. Se inclinaba la tarde y el profeta aguzaba más su prédica.

Acrecentaba cada palabra y el símbolo cortante penetraba en mí Ser, se guardaba dentro de mí, se escribía crecidamente en mi corazón, creaba un nuevo molde de verdades que eran mi propia identidad…

“Cuando fueres a la casa de El Señor, guarda tu pie; y acércate más para oír, no para ofrecer el sacrificio de los necios.

No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante del Señor; porque El Señor está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras.

Porque de la mucha ocupación del mundo, viene el dormir en vanidad, que son la multitud de palabras, el alarido del necio.

Cuando al Señor haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos: cumple lo que prometes.

No prometas si no cumples. No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia.

No hagas que El Señor te rechace a causa de tu chillido de sueños y vanidades, tus muchas palabras necias.

Si opresión de pobres y perversión de derecho y de justicia vieres en la provincia, tiembla de ello; porque sobre el alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre ellos.

Además, el provecho de la tierra es para todos; el rey mismo está sujeto a los campos.

El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto y cuando aumentan los bienes, igual aumentan los que los consumen.

Dulce es el sueño del jornalero, coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir su abundancia, porque las riquezas guardadas por su dueño,

son para su mal que le pierden en malas ocupaciones, y como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino;

y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano. Además, en tanto vivió, todos los días de su vida comió tinieblas, atesoró afán y al morir, conoció su miseria…

Mi nombre es paz, que entrego a los que me buscan y les doy el descanso que anhelan sus corazones”. Mi mano sobre el arado: que algún día y luego de que regrese…

todos en silencio, ninguno de los caminantes vedó al profeta, tenían miedo y respeto; sentí; la mayoría, que sólo escuchó y se impregnó del portento, del Saber y Sabiduría:

ninguno arriscó hacerle preguntas, el huracán era un portento desde su corazón, mientras los demás no tenían ni siquiera vientos de dudas: se veían acusados. El espacio abierto daba la sensación de libertad, de grandeza:

nadie de los allí presentes antes, estuvieron de acuerdo para llegar al lugar; todos estaban conmovidos al mirar y sentir a éste hombre.

Sus ropajes tejidos en pelo de camello y lana de oveja, un cinto atado a la cintura, sujetaba un faldón a la usanza del desierto.

Un Manto en líneas azules y blancas del mismo tejido, caía desde su hombro derecho. Su porte elegante de cuerpo vigoroso y ágil, terminaba en un rostro de barba poblada y belleza varonil.

En sí, su vestidura era humilde, su presencia de aquella época, denotaba la identidad del profeta.

Alzó sus dos manos al cielo, en la derecha su vara con la que agitaba el viento y los símbolos en cada una de sus palabras;

dejó caer con fuerza su mano izquierda en el hombro derecho y con la vara suspendida, llevó su mano derecha encima del corazón y dijo:

“Mi nombre es mil nombres, cualquiera de ellos soy”. Mi mano sobre el arado: estarán prontos a verter su Luz sobre la inmensidad…

caminó en medio de los varones, mujeres, ancianos y niños que aún quedaban, porque la tarde llegó y algunos escapados por los espacios, ya distaban.

Se acercaba, sentí la tierra fundirse bajo mis plantas así como el sol se fusiona en el horizonte.

Miró en muchos ojos y volvió a replicar… “He venido a disponer los frutos que el tiempo reclama”. A todos observó en silencio y de cerca; más próximo estuvo y de frente a mí.

Sus pies en sandalias atadas arriba del tobillo quedaron frente a las mías de cuero de león, el que azotaba mis ovejas y desgarré con mi vara y manos; así mis pies retenían el poder del León.

Sus ojos claros penetrantes miraron los míos color miel. Sentí que rompían la virginidad de mi espíritu y el llanto ahogó mi pecho.

Tembló mi ser y cuanto soy, lloré: hechó sobre mí su Manto y caí en tierra sin soltar el arado…

Posteado por Oliver Mora.

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