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sábado, 26 de enero de 2013

Memoria RAM 1-Parte 10: APRENDIZ EN LOS MISTERIOS CREADORES -Carlos Torres Valencia


Mi Espíritu es el Manto… inicié mi vida como profeta: fui un aprendiz en los Misterios de la Creación, un hombre como cualquier varón de la Tierra que se lanza en conquista y aprende en ella.

Mi fuerza fue el arado y la inflexibilidad que ya había aprendido para trabajar la tierra. El arado como madera, desde que lo labré con mis propias manos durante los años de pastor de ovejas.

Fue el arado el que se hizo invocación constante en mi interior. Del arado aprendí y me conformé, porque el arado no fue sólo la fuerza y la persistencia de trabajar la tierra.

Forjé el arado en su totalidad; fue mi padre terrenal de aquel tiempo, quien me enseñó su poder, me formó en el arado. Un día, con visión dijo:

-¿vez esa vaca grande y poderosa?, va a parir. Es un becerro, debes formar de él un buey para el arado. Dedícate a ella y asiste el parto para que el becerro te conozca desde el vientre,

sólo así podrás educarlo y él te obedecerá como un hijo a un padre; porque llevará en su nariz el olor de tus pasos y el palpitar de tu respiración.

Toma tu obligación, porque eres hombre de la tierra y con ella vivirás y la mejor identidad con ella, es ararla y sembrarla, hacerla fructificar en grano fecundo.-

Desde ese instante mis ojos y voces fueron sobre la madre, estaba cercano su alumbramiento.

De día y de noche la vigilaba y aprendí de ella su consistencia de futura madre, pues era primeriza en su parto.

La hora se acercaba, la noche cayó en ese último invierno antes del verano; esa tarde las nubes presagiaban tormenta y así fue.

Borrasca desde el desierto y fríos desde los mares cercanos, apuraron las nubes hacia estas cercanías.

La lluvia azotaba todo, fue gran tempestad donde los animales, el bosque y las distancias parecían desaparecer en la noche larga.

La madre parió llegada la mañana; la tormenta caía, los vientos desraizaban árboles viejos, y la madre comprendió dónde la había conducido para su parto.

Inquieta, abrigada debajo de la gran roca que hacia de peñasco en las alturas de estas montañas casi secas, sólo mojadas por los inviernos, ella parió a “gran ave”, así lo nombré por su extraño color azul oscuro y mancha blanca en su testuz que apenas vislumbraba en el amanecer y a la luz de la lámpara de aceite de pez, traído desde Sidón.

Mi Espíritu es el Manto… crecía “gran ave”. Los ancianos contaban que en otro lugar de la tierra había una ave más poderosa que las águilas, y que éstas aves eran familia de las que bajaban de las estrellas; era más inteligente y poderosa, esa ave de color blanco y negro, de cresta rojiza, que gobernaría los aires y los vientos, cuando el Mesías del Supremo llegase a la Tierra y diera el Trono a sus Santos de Luz.

Luego preparé a “pleyón”, nombre que sustraje de las leyendas de boca, que los ancianos de mi estirpe contaban de las batallas en los cielos.

Fue, dijo uno de ellos, un guerrero de las estrellas de los tiempos que los hombres conocerán en al futuro, os del pasado antes que ésta humanidad existiese, encabezó un éxodo desde las estrellas del Can…

“gran ave” crecía; lamía sal del mar de Tiro en mis manos, y ya becerro, lo amadriné con las viejas yuntas de mi padre.

Adherido a ellas y atado con correas de cuero que yo mismo curé con grasa y tiros de caballo; pegado a ellos aprendió a cargar el yugo del arado.

Y se formó buey después de dos años. Lo dejé madurar, según mi padre, en tanto se mantuvo viril, porque nunca castré su poder de macho, un toro buey de la comarca.

Nació “pleyón” en la vacada de la montaña, arriba donde el león come y las fieras nocturnas despedazan.

Llegó al medio día del sol. Rojizo su pelambre, celosa su madre, mas yo me impuse y la primera leche, se la di en mis manos.

Creció atado a “gran ave” que fue todo el tiempo fuerza y dureza; “pleyón” se destacó por aprender fácilmente los pasos y retos del arado.

A los tres años de “gran ave” y dos de “pleyón”, mi arado sembró la primera tierra. La cosecha fue abundante porque las raíces, al paso de mis dos bueyes, quedaban pulverizadas.

Las rocas se removían desde lo profundo y el terreno se limpiaba al pasar de mis bueyes, la huella de mi pie y el aliento de mí Ser.

La región conoció mi arado, único en su clase, porque una noche “Pleyón”, en su virilidad luchó con una leona nocturna y la mató, igual que a sus cachorros, ellos quisieron quitarle su vida, y él quitó la de ellos.

“Pleyón”, de color rojo como la sangre, se formó poderoso también y tomó la delantera en inteligencia a “Gran ave”;

él era el que guiaba y conocía aun mis impulsos, hasta que los até a los doce bueyes, las demás yuntas de mi padre.

La tierra se movía bajo sus pezuñas, las duras raíces fueron arrancadas de cepa y la tierra sentía la herida profunda de la uña, la reja de mi arado;

no se resistía raíz de cizaña ni pedrusco a la madera labrada que curé al fuego del aceite caliente, en el agua de las montañas, y en la profundidad del barro de la misma tierra;

ella me obedecía como mis bueyes y mi fuerza, que dentro de mí, bullía igual a la tormenta que trajo al mundo a “gran ave” o como la inteligencia y soltura que mostró “pleyón”, antes de llegar el Profeta…

Mi Espíritu es el Manto… y ya con los arreos del Manto y el poder de mi arado interior; Yo, Eliseo, atravesé lomas y volví a Gilgal, y los hombres de la ciudad dijeron:

-He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor vé; las aguas son malas, y la tierra estéril.-

Entonces dije: -Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal del mar, porque ella diluye el azufre.- Y sané las aguas, y no hubo más en ellas muerte ni enfermedad.

Mi edad maduró, mi tiempo marcó sus huellas en mis ojos y mis manos; las arenas y palabras para los hombres habían cavado huellas en mi pecho, mis pies y mi rostro, pero siendo un árbol fuerte de vida, caminaba con mi Manto y arado y mis arrugas.

Y allí en Bet-el en sendero al Carmelo, subiendo por el camino de piedras y arbustos secos por el viento, salieron unos muchachos de la ciudad, y se burlaron de mi ancianidad, de mi vejez, de mis arrugas:

se burlaban de mi bastón y mi indumentaria tejida de fibra del desierto. ¡Calvo!, me llamaron, en tanto arrojaban piedras sobre mi cabeza,

-¡sube calvo, sube!- Repetían, mientras mis heridas abiertas por sus piedras y astillas de madera, manaban sangre que bajaba por mi cuello.

Tomé en mi espíritu la fuerza de mi arado, el fuego que preparó la madera de él, el poder del Preparador y clamé al Altísimo y pregunté:

-¿Señor Altísimo; no es digno que defiendas mi vida de éstos, aunque son niños?- -¿Es noble, porque de seguro éstos lo hacen con cuantos en este camino se atreven?-

-¿Es normal que un profeta sea herido por los que interfieren sus pasos y camino en el tiempo?-

Y miré atrás y vi en visiones del presente y del futuro, salir del monte dos osos enormes que se abalanzaron sobre estos cuarenta y dos muchachos, y los despedazó uno por uno, arrancando brazos, cabezas y piernas.

No quedó ninguno y entonces comprendí la Justicia del Manto y el arado que estaba en mi corazón. Se me había preparado para herir la tierra con mis palabras, y con mi justicia cuantas veces quiera. El arado rompía la tierra desmoronándola.

El Manto realizaba el cumplimiento de la Justicia sobre los hombres que aparentemente son justos, pero en sus encarnaciones, han acumulado castigo del karma.

Y pasando por Silo, Jezrrel, Megido donde vi reunir la muerte al final de los tiempos; caminé hasta el monte Carmelo y visité a los hombres que prepararían en el tiempo final, la semilla del Eterno.

Enseñé a ellos cuanto el Preparador me entregó y con palabras profundas grabé en sus mentes y corazones, cincelé en sus almas, las Nueve Leyes del Eterno, dándoles en comparación a beber el néctar que separaba las leyes del Sinaí, de las que el Preparador me había enseñado…

de allí volví a Samaria en los tiempos de Joram hijo de Acab, quien gobernó con las leyes de Jehová y entabló guerra con el rey de Moab.

Mas se unieron en batalla contra él, el rey de Israel, el rey de Judá, y entonces me llamaron para conocer la profecía del conflicto, porque los hijos de Israel no iniciaban batalla hasta no consultar a sus profetas, magos y adivinos, a lo cual respondí:

-ve a los profetas de tu padre, pues ya no soy profeta de las guerras y matanza, Vive el Señor de los Sielhos, que no es el de Judá, ni de Israel, y no te ayudará, si no viera en tus manos tanta muerte.

Traedme, pues, un arpista para serenar mi espíritu y escuchar los vientos de mi alma.- Entonces vi en el valle muchos estanques llenos de agua, donde bebían ellos, sus bestias y ganados y se dio la guerra.

Y cuando se levantaron por la mañana los de Judá e Israel, brilló el sol sobre las aguas, vieron los de Moab desde lejos las aguas rojas como sangre; y hubo gran mortandad entre los de Moab.

Y cuando el rey de Moab vio que era vencido en la batalla, arrebató a su primogénito que había de reinar en su lugar, y lo sacrificó a Jehová en holocausto sobre el muro. Y hubo grande enojo contra Israel; y se apartaron de él, y se volvieron a su tierra.

Y no fui yo quien infundió la guerra, sino las leyes de venganza de Moisés y del Sinaí, que ya estaban escritas en el corazón de Judá e Israel. Mi Espíritu es el Manto…

Muchas cosas más cumplí en ese tiempo, en esos lugares, desde el monte Carmelo hasta Samaria, al lado mí criado Giezi; en este pueblo donde había vivido para encontrar el Manto y conocer la fuerza de mi arado.

De Israel conocí su inutilidad de lucha por tener un rey y un poder. Sus generaciones, unas y otras perdidas en la sangre de sus crímenes y sacrificios.

Sus mentiras del Lamud, convertidas en Dios, poder y sinagoga en contra de los demás hombres, sus vecinos.

Allí hice mis obras; desde la justicia a la Sulamita y su hijo; la olla grande del potaje y la harina, cuando la gran hambre; los veinte panes de cebada delante de cien hombres que comieron y todavía, sobraron;

la lepra de Naamán, general del ejército del rey de Siria, de la que fue limpio cuando se zambulló siete veces en el Jordán, hasta el castigo a Giezi, mi criado que corrió y tomó de Naamán dos talentos de plata y vestidos nuevos, ante el cual dije:

-¿Es tiempo de tomar plata, vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas?- -Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre.-

Y fue leproso él y ellos hasta el fin de sus días; del hacha prestada que cayó al agua e hice flotar; de la guerra que Ben-adad rey de Siria azotó a Samaria, en tanto yo conocía en mi corazón cada palabra que se habla en su cámara secreta;

de mi oración para cesar la guerra, mientras el monte estaba lleno de gente a caballo y carros de fuego de las estrellas a mi alrededor;

de la profecía de harina y cebada a la mañana siguiente a la puerta de Samaria. Del ungir en Ramot de Galaad a Jehú hijo de Josafat, hijo de Nimsi; hasta el tiempo de Joás, rey de Israel, donde yo enfermé y llegué a mi final en vejez, momento que el rey imploró y dijo:

-¿qué debo hacer?- Entonces respondí: -Toma un arco y unas saetas, pon tu mano sobre el arco- y puse mis manos sobre las del rey y dije:

-abre la ventana que da al oriente y tira, porque así herirás a los sirios en Afec.- Y volví a decir cuando él falló el embate:

-¡no derrotarás a Siria!- esto, conforme a la voz que revela, y hace, desde la palabra del corazón, del Dios Altísimo, de los Hombres.

Posteado por Oliver Mora.

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