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jueves, 24 de enero de 2013

Crónicas De Avalon, Parte 2: Ritmo De Vida, Emilio Carrillo – Crónicas De Avalon, Emilio Carrillo


Esclarece. El Sol empuja la maitinada.

Por el ventanal de mi habitación siento su energía y la de la excitación de la Naturaleza por la alborada.

Al repasar la agenda, una nota en ella me recuerda que me corresponde escribiros la segunda Crónica desde Ávalon.

Lo que quiere decir, a su vez, que son 30 los días que suma mi estancia en esta singular tierra. ¿Treinta ya?, ¡imposible!, me digo a mí mismo.

Pero repaso el calendario y confirmo la veracidad de lo que la agenda reseña, por más que mi percepción íntima me condujera a pensar que son bastante menos las fechas en las que llevo disfrutando de la hospitalidad de los pobladores de la isla, en general, y de la Reina de las Tempestades y su castillo, en particular.

En un primer momento, he responsabilizado de tal discordancia entre percepción y realidad a la distinta forma de medir el tiempo que se usa en Ávalon.

Verán. Como nosotros, sus habitantes utilizan cual parámetro de referencia el intervalo entre dos pasos sucesivos del Sol tanto por el mismo meridiano –un día, que llaman “Dywrnad”- como por el equinoccio medio (por ejemplo, de primavera a primavera) –un año trópico (365,24 días), que denominan “Flwdad”–.

Pero, por lo demás, su cuenta del tiempo es muy distinta al no emplear ni el segundo, ni el minuto, ni la hora, ni las semanas, ni los meses.

Al “Dywrnad” lo dividen en 3 periodos iguales o “Wymrod” (puede ser traducido como “dedicación”), equivalente cada uno a 8 horas nuestras: el “Wymrod-Gwed” (“dedicación al descanso”), que abarca la noche cerrada y el amanecer e incluye dos tiempos de meditación personal, al comienzo y al final del periodo, así como el desayuno; el “Wymrod-Kajer” (“dedicación al Amor”), que sucede al anterior y en el que se realizan trabajos al servicio a la comunidad conforme a la vocación y talentos particulares (cuenta con una interrupción para la comida); y el “Wymrod-Agos” (“dedicación íntima”), que ocupa la tercera y última parte del día y se centra en el recogimiento interior, el silencio, la lectura e, igualmente, el encuentro con los demás (se produce en torno a la cena) para compartir tanto reflexiones y experiencias como juegos, divertimentos y expresiones artísticas individuales y grupales.

A su vez, cada “Wymrod” se reparte en 4 “gustynt” (“soplo de viento”), compuesto cada uno por 1560 “hanadles”.

Éste término significa “respiraciones” y tal cifra es, de hecho, las veces que un ser humano normal y en estado sereno reproduce el ciclo inspiración-expiración a lo largo de un “gustynt”, esto es, durante dos horas.

Y, por fin, 91,3 “Dywrnad” configuran cada una de las cuatro “Tymrau” (“estaciones”) del “Flwdad”, empezando a contar cada nueva fase anual en coincidencia con el solsticio de invierno, fecha que, metafóricamente, identifican con el Nacimiento del Sol.

En resumen, esta es la escala de tiempo usada en Ávalon:

+Unidad base: 1 “hanadles” (respiración), 5,62 segundos nuestros.

+1560 “hanadles”: 1 “gustynt” (soplo de viento), 2 horas.

+4 “gustynt”: 1 “Wymrod” (dedicación), 8 horas.

+3 “Wymrod”: 1 “Dywrnad” (día), 24 horas.

+91,3 “Dywrnad”: 1 “Tymrau”, cada una de las estaciones del año.

+4 “Tymrau”: 1 “Flwdad” (año) (365,24 “Dywrnad” o días).

Por mi propia vivencia, puedo asegurar que esta forma de medir el tiempo, quizá por tener su soporte primigenio en el lapso de la respiración, provoca la sensación de su mayor duración, razón por la que no es de extrañar que achacara a ello la aludida discordancia.

Sin embargo, recapacitando sobre el asunto, he desembocado en una conclusión que ahora que la escribo me resulta obvia: la escala enunciada no es la causa, sino la consecuencia del ritmo de vida que se sigue en Ávalon.

Un ritmo bastante más sosegado y lento (empleando el calificativo de modo no peyorativo, sino descriptivo) del habitual en nuestra sociedad.

Esta conclusión me ha hecho rememorar una de las primeras conversaciones que mantuve con Nimue, no mucho después de conocerla.

Fue una apacible tarde de otoño, en un pequeño y oculto recoveco de uno de los acantilados que se agrupan en torno al cabo de Finisterre. En soledad, esperábamos codo con codo la puesta de Sol.

Nimue, a propósito de un comentario mío acerca de la paz que impregnaba la ocasión y nos llenaba a nosotros mismos, me dijo con la agudeza que la caracteriza:

-La civilización, Emilio, a la que perteneces y la visión que la domina ensalzan el exceso como ninguna otra cultura lo había hecho antes.

Por lo que hemos hablado y por lo que sin necesidad de palabras de ti se desprende, sé que eres plenamente consciente de ello.

Pero la mayoría de tus congéneres están cegados por una visión productivista, consumista, vacía de valores y antagónica a cualquier percepción trascendente y espiritual de vuestro ser.

Es más, como si fuera lo más normal, en torno al exceso habéis configurado una retórica, algunos pretenden que hasta una épica, amplificada por la publicidad y los medios de comunicación.

El exceso –sea en acumular riqueza, o en ganar medallas olímpicas- se ha elevado prácticamente a la categoría de heroicidad.

Y los periódicos y los informativos, por ejemplo, no destacan el quehacer de los verdaderos héroes –que hay muchos, multitud de hombres y mujeres, por todo el planeta y en los más diversos contextos- sino el “éxito” del “triunfador”, que suele ser un señor o señora que aporta mucho a sí mismo y casi nada a los demás-.

Lejos de sentirme herido por esta crítica a nuestro mundo, me identifiqué absolutamente con ella. Es más, apliqué al caso los años que he dedicado al estudio de la Economía:

-Tienes toda la razón, Nimue. Y el sistema económico tiene mucho que ver con lo que señalas.

La Economía-Mundo lo contamina todo con su aroma mercantilista y sus reglas del comercio sin alma: poco importa el verdadero valor de las cosas –su valor intrínseco o de uso- y todo se reduce a su precio –su valor de cambio y, a menudo, especulativo-. Es una auténtica subversión del orden natural de valores-.

-Pero no te quedes ahí-, me interrumpió. –Lo más grave es que para conseguir que las personas asuman tal subversión, se promueve un modelo de vida que mira siempre al mañana, a lo que pueda deparar el futuro, jamás al presente.

El objetivo es claro: que al colocar la mirada en un futuro virtual y frecuentemente quimérico, no observéis la realidad tal cual es.

Todo os alienta a plantearos constantemente metas y retos para el mañana, sin capacidad de crítica, sin saber de verdad si son vuestros o impuestos por otros, sin miraros nunca al espejo del hoy, de lo real.

Igualmente, se os anima a transgredir límites y fronteras en un contexto de culto a la velocidad. Y a esto se le llama disfrutar la vida.

A costa de lo que sea, incluso de vosotros mismos y vuestra auténtica identidad; y sin conocer por qué y para qué-.

-Efectivamente-, ahora fui yo el que corté su exposición. -De este modo, se nos llena la mente de ruido, del ajetreo incesante provocado por un mundo “en progreso”, “en avance”, aunque nadie sepa bien hacia dónde.

Todo vale, en definitiva, con tal de que no tengamos la mente limpia, quieta, que es lo que nos permitiría conectar con nuestra dimensión profunda, nuestro Yo Verdadero-.

Apartando un momento mi atención del horizonte, giré la cabeza y contemplé la corta melena trigueña de Nimue, que daba la sensación de querer volar siguiendo los impulsos del viento que nos regalaba en abundancia el océano.

Estaba a punto de acariciar sus cabellos, que asemejaban finos hilos dorados empeñados en jugar entre sí, cuando torció hacia mí su torso para continuar la conversación:

-Y casi nadie se sorprende por tanto dislate, aunque, paradójicamente, os escandalicéis cotidianamente ante los nocivos efectos e impactos, individuales y colectivos, de tanta proclama aparentemente rompedora.

Os habéis acostumbrado al cómodo ejercicio de seguir la corriente, transitando por la vía rápida de los extremos y renunciando a lo que Aristóteles definió y defendió como el “justo medio”, “in media virtus”, lugar de excelencia, según él, para la ética y la razón. De esta forma, el equilibrio está quedando fuera del alcance de cada persona y de vuestra sociedad-.

-“In media virtus”- repetí mecánicamente, a la par que veía como al Astro Rey le faltaba poco para zambullirse en las aguas atlánticas.

-En última instancia, la elección no es entre felicidad o no-, afirmó Nimue acelerando sus palabras, como si quisiera completar sus razonamientos antes de que el Sol se despidiera hasta mañana. -Todo el mundo, sin excepción, quiere ser feliz. La clave radica en lo que se entiende por felicidad.

Y aquí sí que hay que optar: entre un modelo de felicidad ajeno a nosotros, impuesto, como os pasa a vosotros, por la visión y sistema dominantes; y la felicidad tal como la vemos y percibimos honesta, sincera y conscientemente desde nuestro interior.

La experiencia de los triunfadores, de los rompedores y de los se aplican un modelo de felicidad ajeno a ellos mismos indica con rotundidad lo que espera al final de ese camino: frustración, insatisfacción, nostalgia sin objeto, estrés, depresión, vacío.

Y la de los que han optado por el “in media virtus” también es contundente: felicidad equilibrada, duradera, armoniosa y hasta contagiosa-.

-Y aunque es difícil transitar por el sendero del medio cuando la sociedad nos impone un ritmo frenético-, dije con convicción, -son muchas las personas que se han percatado del desatino y comienzan a intentarlo. Yo también lo procuro cada día-.

La plenitud del ocaso nos absorbió. Nimue tomó mis manos y las acurrucó entre las suyas.

El Sol se sumergió en el horizonte incendiándolo con tal vigor que parecía que todo el océano no sería suficiente para apagar el fuego que había provocado.

El espectáculo sobrecogía por su belleza. Y sus influjos energéticos nos mantuvieron en silencio un buen rato, hasta que comenzó a bajar el telón de las estrellas.

En aquellos instantes me sentí radicalmente libre, incorpóreo. Con la mente callada, sin pensamiento alguno. Gozando por existir, ni más ni menos. Sin nada que enturbiara la simple y honda sensación de Ser.

Soy y soy por siempre: esto era lo único que emanaba de mi interior. Pero no en forma de ideas o conceptos, sino como luz.

Una luz que brotaba de mi pecho, me rodeaba de los pies a la cabeza y se lanzaba a continuación hacia cuanto me rodeaba.

¿También hacia Nimue?.

La busqué con la mirada. Y aquella fue la primera vez que asistí a lo que le sucede a las hadas cuando contemplan la puesta de Sol.

Nimue tardó en recuperar su configuración física.

Sus ojos de verde aceituna fueron lo que antes se materializó en medio de la gran bola de luz, esplendorosamente blanca, en la que se había transformado.

Posteriormente, sin prisa alguna, todo su cuerpo fue reapareciendo. Trozo a trozo, trazo a trazo, como si su hermosa estampa fuera surgiendo del pincel tocado al óleo de un invisible e inspirado pintor.

Completada la obra, como si tal cosa, me sonrío. Y, sonrojada por haber desnudado su esencia en mi presencia, retomó la conversación que habíamos dejado atrás:

-Algún día tienes que venir conmigo a Ávalon. Comprobarás que es perfectamente posible vivir con un ritmo de vida distinto.

En la isla prima la moderación y el sentido común en la delimitación y cobertura de nuestras necesidades; se paladean las pequeñas cosas y los detalles, con alto valor de uso, pero bajo valor de cambio; se buscan y hallan espacios para el encuentro interior y experiencias de silencio; se constata que la transformación interior es la llave del cambio social y que se precisan ojos nuevos para lograr un mundo nuevo; se incrementa el compromiso con la Naturaleza y la Madre Tierra, nuestro gran hogar; y se disfruta por compartir con los demás y practicar el Amor Incondicional, incluso hacia el que en un momento dado nos hace daño.

Sabemos, Emilio, que el Amor contra Resistencia es la gran enseñanza que nos corresponde en un planeta, autentico ser consciente, que se ha vestido de dualismos para propiciar nuestro aprendizaje, para que unamos el polo positivo con el negativo y la luz se haga en nosotros, iluminando, a la par, la Creación-.

Tienes que venir conmigo a Ávalon.

Aquellas palabras me parecieron entonces puramente protocolarias, pues no podía imaginar que la isla me abriera sus secretos.

No sabía que un hada no entiende de protocolos ni de cumplimientos.

Así que ya estoy en Ávalon. Y he podido comprobar de primera mano que lo revelado por Nimue es una magnífica realidad.

Se saborea aquí la espera de las cosas, disfrutando del momento cuando llegan. Y se práctica una arte casi desconocido ya en nuestra civilización: el arte de no hacer nada, que abre la puerta al silencio, la meditación y el crecimiento interior.

Para nosotros, no hacer nada es sinónimo de falta de referencias, lo que provoca nerviosismo, pánico al vacío y urgencia por encontrar algo que hacer.

En lugar de no pensar, permitiendo que nuestra dimensión interior inspire la mente, o de concentrarnos en una idea para que madure en nuestra inteligencia, nos hemos convertidos en adictos al pensamiento rápido y, por tanto, superficial y fácilmente manipulable por terceros y por influencias externas.

En Ávalon, sin embargo, la gente se concentra en no hacer nada. Y he constado con ellos que, aunque parezca increíble para nuestra mentalidad, es entonces cuando más cosas se hacen, aunque pertenecen a otra dimensión: la del Amor.

Ciertamente, no es preciso ser un genio para percatarse que hacer las cosas más despacio significa hacerlas mejor.

Y ofrece la oportunidad de gozar con la acción de hacerlas, lo que se sitúa estrictamente en el presente, y no con los teóricos resultados de la acción, que pertenecen al ámbito de lo futurible, de lo que está por venir.

Un futuro al que nos lanzamos aceleradamente para ni siquiera ser muy conscientes de cuando llegamos a él.

Todo mejora, hasta la salud, cuando se prescinde del apresuramiento.

La Reina de las Tempestades me lo resumió muy bien en uno de los desayunos con los que me agasaja desde mi llegada y compartimos cada mañana:

-Las palabras “rápido” y “lento” representan dos filosofías de vida muy distintas. Rápido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, superficial, estresado e impaciente, es decir, todo aquello en lo que la cantidad prima sobre la calidad.

En cambio, lento está asociado a sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo, esto, es, donde la calidad prevalece sobre la cantidad. Por ello, la filosofía de vida de la lentitud puede resumirse en dos cualidades: equilibrio interior y armonía exterior. Esta es la filosofía y el ritmo de vida que rigen en Ávalon-.

Tal sería mi cara de sorpresa ante tan efusivo elogio de la lentitud que, de inmediato, me preguntó:

-¿Qué te aconsejo hacer para introducirte en el ritmo aquí vigente y tan extraño en tu sociedad?. Pues, ante todo, sé coherente: cuando se trata de ir más despacio, no se pueden tener prisas, por lo que conviene comenzar poco a poco.

Por ejemplo, es aconsejable empezar con algunas prácticas de “salida del tiempo”, es decir, actividades como la meditación, el silencio interior o, incluso, sentarse en un lugar público o pasear plácidamente observando lo que nos rodea. Igualmente, aplicar la pausa y el sosiego a la hora de comer, de leer,… hasta para hacer el amor-.

Me ruboricé ante este comentario, pues no pude evitar recordar los ejercicios de sexo tántrico en los que Nimue me venía aleccionando con pericia.

Seguro que mi cambio de color no pasó desapercibido para la Reina de las Tempestades, que, por otra parte, debía estar perfectamente al tanto de que Nimue pasaba con frecuencia la noche en mi habitación y, por tanto, en su castillo.

No obstante, prosiguió como si tal cosa para finiquitar sus consejos:

-Si un pequeño acto lento te hace sentirte bien, pasa paulatinamente a lo importante, hasta llegar al punto de replantear tu agenda cotidiana de “actividades múltiples y veloces”. !Ah!: Y no te dejes embaucar por la falsa sensación que trasmiten las noticias negativas.

No permitas que te arrastren a la oscuridad y la tensión. Si es preciso, elimina de tu vida las fuentes que insisten en divulgar las mismas.

En el planeta y en tu cotidianeidad ocurren muchísimas más cosas positivas que negativas. Concéntrate en las positivas para aumentar su impacto en tu interior y en el mundo exterior. Te harás un favor a ti mismo y también a la Madre Tierra-.

Desde entonces, vengo aplicando estas sencillas recetas y me he dejado contagiar por el ritmo pausado que impera en la isla.

Y ello me ha permitido experimentar algo aún más trascendente: que tal ritmo conduce directamente a vivir en el presente, en el ahora, comprobando que es el único sitio donde la vida realmente existe.

Pero sobre ello os escribiré en otra Crónica. Sobre todo porque Nimue me ha anunciado que próximamente nos visitará Merlín, todo un maestro, me asegura, en la práctica del ahora.

Posteado por Oliver Mora.

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