Las Crónicas De Avalon, Parte 4: Iapetus Y Nibiru, Emilio Carrillo – Iapetus Y Nibiru
Ya me he referido en una Crónica anterior a la villa rural en la que Nimue reside.
Lo que no os he contado todavía es que en la parte superior de la chimenea que domina el salón principal, protegida a buen recaudo en una urna de cristal empotrada en la pared de piedra, reposa un objeto muy singular.
Seguro que habéis oído hablar de él. Se trata de la ilustre espada que perteneció al rey Arturo, la afamada Excalibur.
Aunque éste no es su verdadero nombre, sino Scaledflwch.
-Scaledflwch-, me indicó Nimue la primera vez que me habló de ella, -no tiene una traducción directa, sino que es la suma de dos significados: por un lado, “scaled”, cuya traducción es “cortar de un tajo” o “corte profundo”; y, por otro, “flwch”, que puede ser interpretado como “fulgor” o “rayo”.
Por tanto, Scaledflwch, o Excalibur cual tú la llamas, hace referencia a un rayo que produce un corte duro, seco y hondo. De hecho, en esto se convertía en manos de Arturo, dándole un poder que lo hacía casi invencible -.
-¿Qué edad tenía Arturo cuando logró sacarla de la piedra en la que estaba incrustada-, le pregunté basándome en la leyenda que he visto reflejada en tantas producciones cinematográficas.
-Scaledflwch no es aquella espada clavada en una roca y que sólo Arturo, como legítimo sucesor de Uther Pendragon, pudo arrancar-, me contestó Nimue con un cierto tono de cansancio, mostrando que no era precisamente la primera vez que tenía que explicar aquello a alguien.
-¿No?-, me limité a decir.
-No, Emilio. Scaledflwch fue creada expresamente para Arturo bajo las directrices de Viviana, una Maestra de Hadas que fue compañera de Merlín cuando éste aún era joven.
Al morir Arturo, Merlín decidió que yo la custodiara. Y me explicó que se forjó fundiendo metales no existentes en la Tierra y que fueron traídos desde otro planeta-.
Observando mi cara de extrañeza, exclamó:
-¡No creerás que la Tierra es el único lugar del Cosmos donde habitan seres inteligentes!-.
Aquella conversación quedó ahí. Pero su contenido se grabó en mi memoria.
Tanto como para que fuera uno de los asuntos que traía en la cabeza cuando arribé a Ávalon, dispuesto a profundizar en él en cuanto tuviera ocasión.
Y esta se presentó hace unas pocas fechas. Aproveché que Nimue me invitó a comer a su casa y que, por el frío reinante, colocó la mesa muy cerca de la chimenea sobre la que luce Scaledflwch.
Mientras nos deleitábamos con un espléndido arroz con setas cocinado por ella y bebíamos cerveza de doble malta regalada por Morgana, en un punto de la conversación saqué a colación la composición metálica de la espada, recordándole lo que me había comentado en su momento al respecto. Tras lo cual, afirmé con convencimiento:
-No tengo dudas de que existe inteligencia extraterrestre. Es obvio que el Universo es Vida. Y seguro que ésta se manifiesta en multitud de modalidades de existencia desparramadas por sistemas solares y galaxias-.
-Haces bien en creerlo, pues así es-, me interrumpió. -Pero no tienes que irte tan lejos. Hay vida alienígena en nuestro propio sistema solar, llamado Ors por vosotros y Oort en Ávalon.
Y no porque venga de fuera del mismo, sino porque está en él, desde ¡vete a saber cuándo!. Aunque no lo divulguen, muchos científicos y astrofísicos contemporáneos saben ya, por ejemplo, que Jápeto o Iapetus, el octavo, en distancia, satélite de Saturno, es realmente un objeto manipulado artificialmente-.
-¿Iapetus?-, la interrogué.
-Mide aproximadamente 1.500 kilómetros de diámetro; y es, tras Titán y Rea, el tercero en tamaño de los que orbitan Saturno.
Tarda exactamente 79,33 días en completar una vuelta alrededor del planeta, a una distancia media de 3.5 millones de kilómetros.
Fue descubierto, en 1671, por Giovanni Cassini, en cuyo honor se denominó la sonda espacial que lleva su nombre.
Y la comunidad científica lo considera el satélite más misterioso y chocante de Ors. La propia NASA ha reconocido su rareza, aunque argumenta que su formación se debe a residuos ancestrales de cuerpos sólidos o colisiones cósmicas durante el origen de nuestro sistema solar.
Pero hay quienes han ido más allá en sus indagaciones y conclusiones. Es el caso de Richard C. Hoagland, que en 2005 acometió el análisis más completo y detallado que hasta ahora nadie haya efectuado sobre Iapetus-.
-Veo, Nimue, que eres una experta en esta luna saturniana-, proferí entusiasmado en tanto me daba un descanso en mi mano a mano con el arroz y apoyaba mi espalda en el duro, pero cómodo, respaldo de la silla de madera de roble en la que me había acomodado.
-Es algo que sabemos todas las hada-, alegó con soltura a la par que me lanzaba una guiñó con su ojo izquierdo y llenaba mi vaso con más cerveza de espesa malta para reponer la que me sirvió al poco de sentarnos a comer.
-¿Y qué demostró Hoagland?-, le inquirí tras dar un largo trago al tostado y turbio líquido, que en la Isla de Cristal, en afinidad con arcaicas culturas, valoran cual bebida sagrada.
-Pues lo que aquí sabemos hace siglos. Primero, gracias al examen de la configuración y características del satélite respecto de la reflexión de la luz solar, constató su particular forma geométrica dodecaedral-esferoidal.
Y seguidamente, comprobando su rotación, se percató de una peculiaridad única en Ors: Iapetus tarda exactamente lo mismo, los 79,33 días que te apunté antes, tanto en completar una vuelta en torno a Saturno como en rotar sobre su propio eje.
Es como si la Tierra se tomara en girar sobre sí misma no 24 horas, sino los 365 días que tarda en hacer una rotación completa alrededor del Sol-.
-¡Sorprendente!- exclamé.
-Y la cosa no termina ahí. Estudiando las fotos tomadas precisamente por la sonda Cassini el 31 de Diciembre de 2004, a 65.000 kilómetros de Iapetus, Hoagland detectó zonas que revelan una geometría artificial, con planos cuya morfología geométrica es incompatible con un satélite natural.
Destaca, en especial, una inmensa arista rectilínea que supera los 18.000 metros de altura, algo más del doble que el Monte Everest, que divide su ecuador, conformando una gran cordillera o pliegue central.
Y asombrosas formas rectilíneas tridimensionales que se repiten por toda la superficie del astro, así como vestigios de torres y arquitecturas verticales muy elevadas que nada tienen que ver con la naturaleza-.
-¿Estás al tanto de lo qué la NASA opina al respecto?-.
-¡Qué quieres que opine!-, respondió evidenciando la candidez de mi pregunta. -Nunca ha aclarado el por qué de estas “anomalías”, ya que no existe una explicación “natural” que alcance a explicar la configuración esferoide de Iapetus, ni su enorme pliegue central, ni las demás singularidades que te he resumido.
Eso sí, en 1980, Donald Goldsmith y Tobias Owen escribieron textualmente en un informe para la NASA que “esta inusual luna es el único objeto del sistema solar que podemos seriamente considerar como un signo alienígena, un objeto natural deliberadamente modificado por una avanzada civilización”-.
-¿Qué conclusión alcanzó Hoagland?-, la interpelé sin poder ocultar mi emoción por lo que estaba escuchando.
-Una muy parecida: que la geometría y rotación de esta luna de Saturno implica algún mecanismo interno de automotricidad, que desafía rotundamente los patrones conocidos de todos los demás satélites de Oort y pone de manifiesto la existencia de algún tipo de propulsión interna que le hace describir un movimiento programado respecto de Saturno.
Y concluyó aseverando que Iapetus fue construido fuera de nuestro sistema solar y traído después a Saturno-.
-¿Y fueron los “habitantes” de Iapetus los que acarrearon a la Tierra los metales con los que se fraguó Scaledflwch?-.
-No, Emilio, el material con que se forjó la espada proviene, efectivamente, de nuestro sistema solar, pero de un astro más lejano que Iapetus. ¿Has oído hablar de Nibiru?-.
Nimue había terminado de comer y se limitaba a beber, de vez en cuando, pequeños sorbos de cerveza para acompañar la plática.
Tenía el rostro iluminado lateralmente por el refulgir de las llamas en la chimenea, de modo que podía ver la comisura de su boca ligeramente estirada, como si esbozara una sonrisa.
Su belleza aturdía. Y en la expresión facial, en los ademanes y en el tono de voz se le notaba que no es que creyera lo que me estaba desvelando, sino que lo sabía con la certeza de quien hubiera estado en esos remotos parajes del espacio exterior.
-Lo que conozco de Nibiru-, le respondí, -lo he leído en Crónica de la Tierra, la monumental obra de doce volúmenes del investigador ruso Zecharia Sitchin, experto en lenguas muertas.
Su nombre significa “lugar que cruza” o “lugar de transición” y para los antiguos babilonios era un cuerpo celeste asociado al dios Marduk.
Sitchin recorrió el mundo traduciendo miles de tablillas de arcilla localizadas en distintos museos de los cinco continentes.
Y en ellas encontró descrito el origen del ser humano, tal como hoy lo concebimos, según los sumerios, la primera civilización conocida en la historia de la humanidad, que responsabilizan de la creación de la especie humana a seres extraterrestres, los anunnaki (el Libro del Génesis (6,4) los denomina nefilim), que habrían provocado un salto en lo evolución de los primates hominoideos mediante la manipulación genética-.
Miré a Nimue a los ojos, comprobando que me observaba con atención, por lo que continué mi disertación:
-Uniendo las aportaciones de Sitchin a las de Drunvalo Melchizedek, vertidas en el primer volumen de su libro El antiguo secreto de la flor de la vida, los nefilim, seres gigantes, de hasta cuatro metros y medio de altura, capaces de vivir muchos miles de años, recalaron por vez primera en la Tierra hace unos 450.000 años.
Su objetivo era extraer oro, mineral que precisaban con urgencia para la supervivencia de su mundo y del que habían localizado grandes betas en el sudeste del actual continente africano.
Durante milenios hicieron este trabajo ellos mismos, hasta que, al surgir conflictos, optaron por utilizar a criaturas nativas, hominoideos aún simiescos, para lo que tuvieron que realizar en ellas actuaciones de ingeniería genética dirigidas a incrementar su capacidad e inteligencia. Fue así como apareció el ser humano hace unos 200.000 años-.
Por su semblante, me daba la impresión de que no estaba informando a Nimue de nada que no supiera de sobra, por lo que no me extrañó su pregunta:
-Y, según Sitchin, ¿dónde se localiza Nibiru?-.
-En su descripción de la cosmología sumeria, se refiere Nibiru como el “12º planeta” o “Planeta X”, que incluye la descripción de 10 planetas, más el Sol y la Luna.
Igualmente, indica que en la antigüedad se habría producido una colosal colisión de uno de sus satélites con Tiamat, un planeta que habría estado situado entre Marte y Júpiter.
De esta catástrofe cósmica nació el cinturón de asteroides y el propio planeta Tierra y su satélite, la Luna.
Como consecuencia del choque, Nibiru habría quedado atrapado en el sistema solar, volviendo al lugar de la colisión periódicamente en una órbita excéntrica.
Sitchin cita algunas fuentes que, según él, hablarían sobre el planeta, describiéndolo como una estrella, concretamente una estrella enana marrón ubicada en una órbita sumamente elíptica alrededor del Sol, de unos 3.600 a 3.760 años. Sitchin atribuye estos datos a los astrónomos de la civilización maya-.
Nimue asintió con la cabeza, pero no parecía satisfecha. Me dio el tiempo justo para que apurara mi plato e, inmediatamente, me cuestionó con su habitual contundencia:
-¿Algo más?-.
¿Aún más?, pensé para mis adentros:
-Agregar quizá que el escritor e investigador turco Burak Eldem ha sugerido que, realmente son 3.661 años los que duraría el período orbital del supuesto planeta, anunciando su “fecha de vuelta” para el año 2012.
Según él, 3.661 es un séptimo de 25.627, que es el ciclo total “de 5 años mundiales” según el calendario maya extendido.
Añade que el último paso orbital de Nibiru sucedió en el año 1649 a.c., causando grandes catástrofes sobre la Tierra, como las erupciones que dieron forma al archipiélago volcánico de Santorini, la antigua Thera, en el mar Egeo-.
-Bueno… -, Nimue apuró su cerveza antes de proseguir, -veo que también tú eres un experto en estos temas. Aunque hay varios extremos que, si quieres, te puedo precisar y hasta corregir-.
-¡Por supuesto!. Soy todo oídos-, expresé con franqueza, ya que tenía verdadero interés en que me revelara todos sus conocimientos sobre el asunto, que presumía apabullantes.
-Intentaré ir al grano, Emilio. Para empezar, la colisión con Tiamat, de la que surgió la Tierra o Gaia, la Luna y el anillo de asteroides entre Marte y Júpiter, se produjo hace miles de millones de años, mientras que, por los anales que manejamos en Ávalon, la fecha de la manipulación genética acometida por los anunnaki para gestar la especie humana es mucho más reciente, pues tuvo lugar en el año 198.214 a.c..
Ahora bien, este es el momento de la operación final, por expresarlo de algún modo, pues antes habían hecho otros experimentos genéticos cuyos resultados no fueron satisfactorios para los nefilim, bien porque se quedaron cortos en su objetivo de dotar a los primates hominoideos con el nivel de inteligencia y capacidad física pertinentes para que pudieran serles útiles, bien porque las criaturas resultantes eran demasiado inteligentes, excesivamente parecidos a ellos mismos. Prueba y error. ¿Comprendes?-.
-Perfectamente. Continúa, por favor-.
-Por otra parte, Nibiru no es una estrella, sino un planeta que gira en torno a una estrella apagada, una enana marrón, que es hermana de nuestro Sol, en el sentido que conforma con él nuestro sistema solar-.
-Perdona, Nimue, pero no te entiendo-.
-Es sencillo. Las investigaciones mas recientes evidencian que un elevado porcentaje de estrellas son parte de sistemas de, al menos, dos astros.
Y muchos de los sistemas solares que nos rodean son binarios: están compuestos por dos estrellas que orbitan mutuamente en torno a un centro común.
Ors no es una excepción a esta regla y nuestro querido Sol cuenta con una compañera. Aquí la denominamos Soldwarg-.
-¿Por qué no la vemos?-, fue lo primero que se me vino a la cabeza.
-Un científico te contestaría que debido a que estamos en un sistema solar binario astrométrico, es decir, sistemas dobles en los que sólo es visible un componente.
El otro objeto, el invisible, suele ser un cuerpo de luz muy baja o de luminosidad nula, normalmente una enana roja o una enana marrón.
La acompañante del Sol es esto último, una enana marrón, tipología de estrella que los astrofísicos definen como de masa subestelar e incapaz, por tanto, de mantener reacciones nucleares continuas de fusión del hidrógeno de su núcleo.
Es una especie de estrella “fallida”, pues contienen los mismos materiales que el Sol, pero ostenta una masa insuficiente para brillar.
Además, tampoco su volumen es muy grande, similar al triple de Júpiter. Y si podemos detectar que existe es por el tirón gravitatorio que produce, sobre todo cuando se acerca al Sol, lo que explica determinadas anomalías gravitatorias existentes en Ors para las que la ciencia “oficial” no tiene respuesta-.
-¿Y a qué distancia del Sol se localiza Soldwarg?-.
-Depende del momento de la órbita mutua, que marca un periodo de rotación de 3.600 años. En la fase de mayor alejamiento, la distancia entre ambos astros va más allá de las 70 unidades astronómicas (una unidad astronómica –ua- es igual a la distancia media entre la Tierra y el Sol, casi 150 millones de kilómetros). Y en los de más acercamiento, ronda los 40 ua-.
-Esto significa que la velocidad media de aproximación entre ambos supera el millón de kilómetros al año-.
-En concreto, 1.250.000 kilómetros anuales: en 36 siglos la distancia oscila en unos 4.500 millones de kilómetros, 30 ua.
Pero esto no es lo trascendente, sino otros dos hechos. Por un lado, hay que tener en cuenta que Plutón se halla a 39,5 ua, por lo que, en el periodo de mayor cercanía, la estrella marrón se sitúa adyacente a la frontera de lo que asumimos como nuestro sistema planetario, delimitado por la serie de planetas que van desde Mercurio al referido Plutón.
Y, por otro, la enana marrón no viaja sola, sino que la acompañan varios planetas que giran a su alrededor. Uno de ellos es precisamente Nibiru, que se caracteriza por una órbita bastante extraña, con un movimiento elíptico que presenta grandes parecidos, a su escala, con el de Iapetus-.
-De ahí que, en la protohistoria cósmica, Nibiru llegara incluso a introducirse entre Júpiter y Marte, colisionado con Tiamat-, le apostillé.
-Efectivamente. Y muchísimo tiempo después, los habitantes de Nibiru aprendieron a usar en beneficio propio la aproximación de la enana marrón al Sol, aprovechando esos estadios del ciclo para efectuar sus incursiones en la Tierra-.
-¿Y el Sol, Nimue, se ve afectado de algún modo durante la fase en la que se reduce al máximo la distancia entre él y Soldwarg?-.
-Sí, sensiblemente. Sufre una especie de balanceo ocasionado, por los impactos de la interacción gravitatoria, alterando su radiación electromagnética-.
Visto lo cual, la siguiente pregunta estaba cantada:
-¿Y en qué periodo de la órbita del sistema binario nos encontramos?-.
Nimue guardó silencio. Por unos segundos creí que no me iba a responder. Finalmente dijo:
-Nos estamos acercando al de mayor vecindad-.
-Esto explica-, me pareció una conclusión obvia, -los cambios climatológicos y atmosféricos que parecen afectar a todos los planetas del sistema solar, incluida la Tierra-.
-Es un factor notable a la hora de comprender el auténtico origen del cambio climático que vive Gaia, si bien hay una razón de bastante más peso que, teniendo también perfil cosmogónico, se relaciona con el tránsito periódico de Oort por la Vía Láctea. Pero sobre este asunto específico, Merlín es el experto. Pregúntale a él-.
Como podéis imaginar, le hice caso a Nimue e interrogué al Gran Mago en la primera oportunidad que tuve. ¿Qué me desveló?.
Pues cosas tan asombrosas que bien merece la pena que les dediqué la próxima Crónica.
Posteado por Oliver Mora.
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