Crónicas De La Tierra, EL 12avo PLANETA, Parte 6: DIOSES DEL CIELO Y DE LA TIERRA (Dioses Hurritas Y Cananeos), ZECHARIA SITCHIN. 1976
Citados en el Antiguo Testamento como horitas o joritas («pueblo libre»), dominaron los extensos territorios que se abren entre Sumer y Acad, en Mesopotamia, y el reino de los hititas, en Anatolia.
En la parte norte de sus tierras estaban las antiguas «tierras de los cedros», de donde países limítrofes y lejanos obtenían sus mejores maderas.
En el este, ocupaban los actuales campos petrolíferos de Iraq; sólo en una ciudad, Nuzi, los arqueólogos no sólo encontraron las habituales estructuras y construcciones, sino también miles de documentos legales y sociales de gran valor.
En el oeste, la soberanía y la influencia de los hurritas se extendía hasta la costa mediterránea, y abarcaba a los grandes centros del comercio, la industria y la enseñanza de la época, como Carchemish y Alalakh.
Pero las sedes de su poder, los principales centros de las antiguas rutas comerciales y sus más venerados santuarios se encontraban en el corazón que había «entre los dos ríos», en la bíblica Naharayim.
Su capital más antigua (aún por descubrir) estaba en algún lugar a orillas del río Khabur. Su principal centro comercial, junto al río Balikh, era la bíblica Jarán, la ciudad en la que la familia del patriarca Abraham se estableció en su camino desde Ur, en el sur de Mesopotamia, hasta la Tierra de Canaán.
Documentos reales egipcios y mesopotámicos se referían al reino hurrita como Mitanni, y lo trataban en pie de igualdad, como una potencia cuya influencia iba más allá de sus fronteras inmediatas.
Los hititas llamaban a sus vecinos hurritas «Hurri».
Sin embargo, algunos expertos han señalado que esta palabra también se podría leer como «Har» y (como G. Contenau en La Civilisation des Hittites et des Hurrites du Mitanni) han sugerido la posibilidad de que, en el nombre «Harri», «uno ve el nombre ‘Ary’ o arios de este pueblo».
No hay duda de que los hurritas eran de origen ario o indoeuropeo. En sus inscripciones, invocaban a varias de sus deidades por sus nombres védicos «arios», sus reyes llevaban nombres indoeuropeos y su terminología militar y caballeresca derivaba del indoeuropeo. B. Hrozny, que en la década de 1920 dirigió un trabajo para desentrañar los registros hititas y hurritas, fue incluso más lejos al llamar a los hurritas «los más antiguos de los hindúes».
Los hurritas dominaron cultural y religiosamente a los hititas. Los textos mitológicos hititas han resultado ser de procedencia hurrita, e incluso los relatos épicos de los héroes prehistóricos semidivinos eran de origen hurrita.
Ya no existen dudas: los hititas adquirieron de los hurritas su cosmología, sus «mitos», sus dioses y su panteón de doce.
Esta triple conexión, la que hay entre los orígenes arios, el culto hitita y las fuentes hurritas de estas creencias, está notablemente bien documentada en la oración hitita de una mujer por la vida de su marido enfermo. Dirigiendo sus súplicas a la diosa Hebat, esposa de Teshub, la mujer rezaba:
Oh, diosa del Disco Naciente de Arynna,
mi Señora, Dueña de las Tierras de Hatti,
Reina del Cielo y de la Tierra..
En el país de Hatti, tu nombre es
«Diosa del Disco Naciente de Arynna»;
pero en la tierra que tú hiciste,
en la Tierra del Cedro,
portas el nombre de «Hebat».
Aun con todo esto, la cultura y la religión adoptada y transmitida por los hurritas no era indoeuropea.
Ni siquiera su lengua era, realmente, indoeuropea. Indudablemente, había elementos acadios en la lengua, la cultura y las tradiciones hurritas.
El nombre de su capital, Washugeni, era una variante del semita resh-eni («donde comienzan las aguas»).
Al Tigris le llamaban Aranzakh, que, según creemos, procedería de la frase acadia «río de los cedros puros».
Los dioses Shamash y Tashmetum se convirtieron en los hurritas Shimiki y Tashimmetish, y así con otras cosas.
Pero, dado que la cultura y la religión acadias no eran más que una evolución de las tradiciones y creencias originales sumerias, lo que los hurritas absorbieron y transmitieron, de hecho, fue la religión de Sumer.
Que éste fuera el caso, se hace evidente por el uso frecuente de nombres divinos, epítetos y signos escritos sumerios.
Los relatos épicos, ya ha quedado claro, eran los relatos de Sumer; los «lugares donde moraban» los dioses de antaño eran ciudades sumerias; la «lengua de antaño» era la lengua de Sumer. Incluso el arte hurrita era un duplicado del arte sumerio, tanto en formas como en temas y símbolos.
¿Cuándo y cómo «mutaron» los hurritas a causa del «gen» sumerio?
Las evidencias sugieren que los hurritas, que eran los vecinos septentrionales de Sumer y Acad en el segundo milenio a.C, se mezclaron en realidad con los sumerios durante el milenio anterior.
Es un hecho demostrado que los hurritas estaban presentes y activos en Sumer en el tercer milenio a.C, y que tenían posiciones importantes en Sumer durante su último período de gloria, es decir, durante la tercera dinastía de Ur.
Existen evidencias que indican que los hurritas dirigían y manejaban la industria del tejido por la cual Sumer (y, en especial, Ur) era famosa en la antigüedad. Los renombrados mercaderes de Ur debieron ser hurritas en su mayoría.
Durante el siglo XIII a.C, por la presión de vastas migraciones e invasiones (entre las que habría que incluir la de los israelitas desde Egipto hasta Canaán), los hurritas se retiraron a la zona septentrional de su reino, establecieron su nueva capital cerca del Lago Van y le pusieron a su reino el nombre de Urartu («Ararat»).
Allí adoraron a un panteón encabezado por Tesheba (Teshub), representándolo como a un dios vigoroso, con un casquete con cuernos, de pie sobre el símbolo de su culto, el toro.
Su principal santuario tuvo por nombre Bitanu («casa de Anu») y se consagraron a construir su reino, «la fortaleza del valle de Anu». Y Anu, como veremos, era el Padre de los Dioses sumerio.
¿Y qué hay de la otra avenida por la cual llegaron a Grecia los relatos y el culto de los dioses, la que llegó desde las costas orientales del Mediterráneo, vía Creta y Chipre?
Las tierras que forman hoy Israel, Líbano y el sur de Siria, y que formaban la franja sudoeste del antiguo Creciente Fértil, estaban habitadas por pueblos que podríamos agrupar bajo el nombre de cananeos.
Una vez más, todo lo que se sabía de ellos hasta hace poco aparecía en referencias (normalmente adversas) del Antiguo Testamento y de inscripciones fenicias dispersas.
Los arqueólogos estaban empezando a conocer a los cananeos cuando, de pronto, dos descubrimientos salieron a la luz: ciertos textos egipcios de Luxor y Saqqara, y, mucho más importante, unos textos históricos, literarios y religiosos desenterrados en un importante centro cananeo.
El lugar, llamado en la actualidad Ras Shamra, en la costa siria, era la antigua ciudad de Ugarit.
La lengua de las inscripciones de Ugarit, el cananeo, era lo que los expertos llaman el semita occidental, una rama del grupo de lenguas entre las que se incluyen el primitivo acadio y el actual hebreo.
De hecho, cualquiera que conozca el hebreo puede leer las inscripciones cananeas con relativa facilidad.
El lenguaje, el estilo literario y la terminología muestran reminiscencias del Antiguo Testamento, y la escritura es la misma que la del hebreo israelita.
El panteón que se revela en los textos cananeos tiene muchas similitudes con el posterior panteón griego. A la cabeza del panteón cananeo, cómo no, hay un dios supremo llamado El, una palabra que era, al mismo tiempo, el nombre personal del dios y el término genérico de «alta deidad».
El era la autoridad última en todo tipo de asuntos, tanto humanos como divinos. Ab Adam («padre del hombre») era su título; el Bondadoso, el Misericordioso era su epíteto. Era el «creador de todo lo creado, y el único que podía conceder la realeza».
Los textos cananeos («mitos» para la mayoría de los expertos) representaban a El como a un sabio, un dios anciano que se mantenía al margen de los asuntos cotidianos.
Su morada era remota, en la «cabecera de los dos ríos», el Tigris y el Eufrates. Allí debía de estar, sentado en su trono, recibiendo emisarios y contemplando los problemas y las disputas que los otros dioses le presentaban.
Una estela encontrada en Palestina representa a un dios anciano sentado en un trono al que una deidad más joven le sirve una bebida.
El dios que está sentado lleva un tocado cónico adornado con cuernos -una marca de los dioses, como ya vimos, desde tiempos prehistóricos- y la escena está dominada por una figura simbólica, una estrella alada, un emblema omnipresente que nos vamos a ir encontrando cada vez más.
En términos generales, los expertos aceptan que este relieve escultórico representa a El, el dios supremo cananeo.
Sin embargo, El no fue siempre un señor de antaño. Uno de sus epítetos era Tor (que significa «toro»), que, según creen los estudiosos, vendría a hablarnos de sus proezas sexuales y de su papel como Padre de los Dioses.
Un poema cananeo titulado «El Nacimiento de los Dioses Benévolos» nos representa a El en la costa (probablemente desnudo), mientras dos mujeres están totalmente hechizadas por el tamaño de su pene.
Después, mientras un ave se asa en la playa, El mantiene relaciones sexuales con las dos mujeres.
De este episodio nacen dos dioses, Shahar («amanecer») y Shalem («finalización» o «crepúsculo»).
Éstos no fueron sus únicos hijos, ni siquiera los más importantes (de los que, parece ser, había siete).
Su hijo principal fue Baal -una vez más, el nombre personal de la deidad, además del término general que significa «señor».
Al igual que hacían los griegos en sus relatos, los cananeos hablaban de los desafíos que solía plantear el hijo a la autoridad y la soberanía de su padre.
Al igual que El, su padre, Baal era lo que los estudiosos llaman un Dios de las Tormentas, un Dios del Trueno y del Rayo.
El sobrenombre de Baal era Hadad («el agudo»). Sus armas eran el hacha de guerra y la lanza-rayo; su animal de culto, al igual que el de El, era el toro, y, también como El, se le representaba con un tocado cónico adornado con un par de cuernos.
A Baal también se le llamaba Elyon («supremo»), es decir, el príncipe reconocido, el evidente heredero. Pero no había conseguido este título sin luchar, en primer lugar con su hermano Yam («príncipe del mar»), y después con su hermano Mot.
Un largo y conmovedor poema, recompuesto a partir de numerosos fragmentos de tablillas, comienza con la llamada al «Maestro Artesano» ante la morada de El «en las fuentes de las aguas, en medio de las cabeceras de los dos ríos»:
A través de los campos de El llega,
entra en el pabellón del Padre de los Años.
Ante los pies de El se inclina, cae,
se postra, rindiendo homenaje.
Se le ordena al Maestro Artesano que erija un palacio para Yam como señal de su ascenso al poder.
Envalentonado con esto, Yam envía sus mensajeros a la asamblea de los dioses, para pedir que Baal se postre ante él.
Yam da instrucciones a sus emisarios para que se muestren desafiantes y los dioses de la asamblea claudiquen.
Hasta El acepta la nueva alineación entre sus hijos. «Ba’al es tu esclavo, Oh Yam», declara.
Sin embargo, la supremacía de Yam no iba a durar demasiado. Armado con dos «armas divinas», Baal lucha con él y lo derrota, para, inmediatamente, ser retado por Mot (su nombre significa «el que hiere»).
En este combate, Baal resulta vencido; pero su hermana Anat se niega a aceptar la muerte de Baal como final.
«Ella agarró a Mot, el hijo de El, y con una espada lo hendió».
La destrucción de Mot lleva, según el relato cananeo, a la milagrosa resurrección de Baal. Los estudiosos han intentado racionalizar el hecho sugiriendo que el relato era sólo alegórico, que no representaba otra cosa que la lucha anual en Oriente Próximo entre los veranos cálidos y sin lluvias que resecan la vegetación y la llegada de la época de lluvias con el otoño, que revive o «resucita» la vegetación.
Pero no hay duda de que el relato cananeo no estaba pensado como una alegoría, que narraba lo que, por aquel entonces, se tenía por hechos ciertos: de qué modo habían luchado entre ellos los hijos de la deidad suprema, y cómo uno de ellos, desafiando a la derrota, se convirtió en el heredero aceptado, provocando la alegría de El:
El, el bondadoso, el misericordioso, se alegra.
Pone los pies en el escabel.
Abre la garganta y ríe;
levanta la voz y grita:
«¡Me sentaré y me pondré cómodo,
reposará el alma en mi pecho;
pues Ba’al el poderoso esta vivo,
pues el Príncipe de la Tierra existe!»
Así pues, Anat, según las tradiciones cananeas, se pone del lado de su hermano el Señor (Baal) en su combate a vida o muerte con el malvado Mot.
No deja de ser obvio el paralelismo entre este relato y el de la tradición griega de la diosa Atenea, al lado del dios supremo Zeus en su lucha a vida o muerte con Tifón.
Como ya vimos, a Atenea se le llamó «la doncella perfecta», a pesar de haber tenido multitud de amoríos ilícitos.
Del mismo modo, las tradiciones cananeas (que precedieron a las griegas) empleaban el epíteto de «la Doncella Anat», y, a pesar de esto, también hablaban de sus diversos amoríos, en especial, el que mantenía con su propio hermano Baal.
Uno de estos textos describe la llegada de Anat a la morada de Baal en el Monte Zafón, y cuenta cómo Baal se apresura en despedir a sus esposas para, después, echarse a los pies de su hermana; ambos se miran a los ojos; se ungen mutuamente los «cuernos»… Él coge y se aferra a su matriz… Ella coge y se aferra a sus «piedras»… La doncella Anat… está hecha para concebir y dar a luz.
No resulta extraño, por tanto, que a Anat se la representara tan a menudo completamente desnuda, para remarcar sus atributos sexuales, como en la impresión de este sello, en el que vemos a Baal, con casco, combatiendo con otro dios.
Como en el caso de la religión griega y de sus precursoras directas, el panteón cananeo tiene también una Diosa Madre, consorte oficial del dios supremo.
En este caso, se llamaba Ashera, en un evidente paralelismo con la griega Hera. Astarté (la bíblica Ashtoreth) era la homologa de Afrodita; su consorte frecuente era Athtar, que estaba relacionado con un brillante planeta, y que, probablemente, tenía su homólogo en Ares, el hermano de Afrodita.
Había otras deidades jóvenes, masculinas y femeninas, cuyos paralelismos astrales o griegos son fácilmente conjeturables.
Pero, junto a estas deidades jóvenes, estaban los «dioses de antaño», alejados de los asuntos mundanos, pero accesibles cuando los mismos dioses se metían en problemas serios.
Algunas de sus esculturas, aun estando parcialmente dañadas, los muestran con rasgos autoritarios, reconocibles como dioses por su tocado de cuernos.
Pero, ¿de dónde sacaron su religión y su cultura los cananeos?
El Antiguo Testamento los considera parte de la familia de naciones camitas, con raíces en las tierras cálidas (que es lo que cam significa) de África, hermanos de los egipcios.
Los objetos»y los registros escritos desenterrados por los arqueólogos confirman la estrecha afinidad entre ambos, así como las muchas similitudes entre las deidades cananeas y egipcias.
Posteado por Oliver Mora.
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