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domingo, 10 de febrero de 2013

Crónicas De La Tierra, EL 12avo PLANETA, Parte 5: DIOSES DEL CIELO Y DE LA TIERRA (Dioses Hindúes E Hititas), ZECHARIA SITCHIN. 1976


TEMPLOS NA ÍNDIA dos

El hinduismo, la antigua religión de la India, considera los Vedas -composiciones de himnos, fórmulas sacrificiales y otros dichos pertenecientes a los dioses- como escrituras sagradas, «de origen no humano».

Los mismos dioses los escribieron, dice la tradición hindú, en la era que precedió a la presente.

Pero, con el paso del tiempo, un número cada vez mayor de los 100.000 versos originales, que iba pasando por transmisión oral de generación en generación, se fue perdiendo y confundiendo.

Al final, un sabio escribió los versos que quedaban, dividiéndolos en cuatro libros y confiándoselos a cuatro de sus discípulos principales, para que preservara un Veda cada uno.

Cuando, durante el siglo xix, se empezaron a descifrar y a comprender las lenguas muertas y a establecer conexiones entre ellas, los estudiosos se dieron cuenta de que los Vedas estaban escritos en un antiquísimo idioma indoeuropeo, predecesor de la lengua raíz india, el sánscrito, pero también del griego, el latín y otras lenguas europeas.

Cuando al fin pudieron leer y analizar los Vedas, se sorprendieron al ver la extraña similitud que había entre los relatos de los dioses védicos y los de la antigua Grecia.

Los dioses, contaban los Vedas, eran todos miembros de una gran, pero no necesariamente pacífica, familia.

En medio de relatos de ascensos a los cielos y descensos a la Tierra, de batallas aéreas, de portentosas armas, de amistades y rivalidades, matrimonios e infidelidades, parecía existir una preocupación básica por guardar un registro genealógico -un quién es el padre de quién y quién era el primogénito de quién.

Los dioses de la Tierra tenían su origen en los cielos; y las principales deidades, incluso en la Tierra, seguían representando a los cuerpos celestes.

En épocas primitivas, los Rishis («los antiguos fluentes») «fluyeron» celestialmente, poseídos de unos poderes irresistibles. De ellos, siete fueron los Grandes Progenitores.

Los dioses Rahu («demonio») y Ketu («desconectado») formaban una vez un único cuerpo celestial que intentaba unirse a los dioses sin permiso; pero el Dios de la Tormentas lanzó su arma flamígera contra él, partiéndolo en dos trozos: Rahu, la «Cabeza del Dragón», que atraviesa sin cesar los cielos en busca de venganza, y Ketu, la «Cola del Dragón». Mar-Ishi, ascendiente de la Dinastía Solar, dio a luz a Kash-Yapa («aquel que es el trono»).

Los Vedas le describen como a alguien bastante prolífico; pero la sucesión dinástica sólo prosiguió a través de sus diez hijos con Prit-Hivi («madre celestial»).

Como cabeza de la dinastía, Kash-Yapa era también el jefe de los devas («los brillantes») y llevaba el título de Dyaus-Pitar («padre brillante»).

Junto con su consorte y sus diez hijos, la familia divina componía los doce Adityas, dioses que estaban asignados a un signo del zodiaco y a un cuerpo celeste cada uno.

El cuerpo celeste de Kash-Yapa era «la estrella brillante»; Prit-Hivi representaba a la Tierra.

Después, estaban los dioses cuyoshomólogos celestes eran el Sol, la Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno.

Con el tiempo, el liderazgo del panteón de doce pasó a Varuna, el Dios de las Extensiones Celestiales.

Varuna era omnipresente y omnisciente; uno de los himnos que se le entonaban a él se lee casi como un salmo bíblico:

Él es el que hace brillar al sol en los cielos, y los vientos que soplan son su aliento. Él ha ahuecado las cuencas de los ríos;éstos fluyen por su mandato. Él ha hecho las profundidades de los mares.

Su reinado también llegó, más pronto o más tarde, a un fin. Indra, el dios que mató al «Dragón» celestial, reclamó el trono después de matar a su padre.

Él era el nuevo Señor de los Cielos y Dios de las Tormentas. El rayo y el trueno eran sus armas, y tenía como epíteto el de Señor de los Ejércitos.

Sin embargo, tuvo que compartir su dominio con sus dos hermanos. Uno era Vivashvat, que fue el progenitor de Manu, el primer Hombre.

El otro era Agni («encendedor»), que trajo el fuego a la Tierra desde los cielos, para que la Humanidad pudiera usarlo industrialmente.

Las similitudes entre los panteones védico y griego son obvias. Los cuentos relativos a las principales deidades, así como los versos que tratan de multitud de otras deidades menores -hijos, esposas, hijas, amantes- son, evidentemente, duplicados (u originales) de los cuentos griegos.

No cabe duda de que Dyaus acabó significando Zeus; Dyaus-Pitar, Júpiter; Varuna, Urano; y así sucesivamente. Y, en ambos casos, el Círculo de los Grandes Dioses era siempre de doce, no importa los cambios que tuvieran lugar en la sucesión divina.

¿Cómo pudo surgir tal similitud en dos zonas tan distantes, tanto en lo geográfico como en lo temporal?

Los expertos creen que, en algún momento durante el segundo milenio a.C, un pueblo que hablaba una lengua indoeuropea y que debía de estar centrado en el norte de Irán o en la zona del Cáucaso, se embarcó en grandes migraciones.

Un grupo fue hacia el sudeste, a la India. Los hindúes les llamaron arios («hombres nobles»). Trajeron con ellos los Vedas como relatos orales, alrededor del 1500 a.C. Otra oleada de esta migración indoeuropea fue hacia el oeste, hacia Europa.

Algunos dieron la vuelta al Mar Negro y entraron en Europa a través de las estepas rusas. Pero la ruta principal que siguió este pueblo para, junto con sus tradiciones y su religión, llegar a Grecia fue la más corta: Asia Menor.

De hecho, algunas de las más antiguas ciudades griegas no se encuentran precisamente en la Grecia continental, sino en el extremo occidental de Asia Menor.

Pero, ¿quiénes eran estos indoeuropeos que eligieron Anatolia como hogar? Poco hay en el conocimiento occidental que pueda arrojar luz sobre este asunto.

Una vez más, la única fuente disponible -además de fiable-demostró ser el Antiguo Testamento.

Ahí encontraron los expertos varias referencias a los «Hititas» como el pueblo que habitaba en las montañas de Anatolia.

A diferencia de la enemistad que refleja el Antiguo Testamento por los cananeos y otros vecinos cuyas costumbres eran consideradas como una «abominación», a los hititas se les veía como amigos y aliados de Israel.

Betsabé, deseada por el rey David, era la esposa de Urías el hitita, uno de los oficiales del ejército del rey David.

El rey Salomón, que forjó alianzas casándose con las hijas de reyes extranjeros, tomó como esposas a las hijas de un faraón egipcio y de un rey hitita.

En otro momento, un ejército sirio invasor emprende la huida al oír el rumor de que «el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los hititas y a los reyes de los egipcios».

Estas breves alusiones a los hititas revelan la alta estima en la que se tenían, entre otros pueblos de la zona, las habilidades militares de aquellos.

Cuando se descifraron los jeroglíficos egipcios y, posteriormente, cuando se descifraron las inscripciones mesopotámicas, los expertos se encontraron con numerosas referencias a una «Tierra de Hatti», que era un reino grande y poderoso de Anatolia.

¿Pudo no dejar ningún rastro un reino tan importante?

Escudándose en las claves proporcionadas por los textos egipcios y mesopotámicos, los estudiosos se embarcaron en una serie de excavaciones en antiguos lugares de las regiones montañosas de Anatolia.

Y sus esfuerzos tuvieron recompensa: encontraron ciudades, palacios, tesoros reales, tumbas reales, templos, objetos religiosos, herramientas, armas y objetos artísticos de los hititas. Pero, por encima de todo, se encontraron con muchas inscripciones, tanto en escritura pictográfica como en cuneiforme.

Los hititas bíblicos habían cobrado vida. Un monumento único que nos legó el Oriente Próximo de la antigüedad es una talla en roca que hay en el exterior de la antigua capital hitita (el lugar se llama en la actualidad Yazilikaya, que en turco significa «roca inscrita»).

Después de pasar a través de pórticos y santuarios, el antiguo devoto entraba en una galería abierta al aire libre, una abertura en medio de un semicírculo de rocas sobre las que estaban representados, en procesión, todos los dioses de los hititas.

Marchando desde la izquierda hay un largo desfile de deidades, principalmente masculinas, organizado claramente en «compañías» de doce.

En el extremo izquierdo, es decir, al final de este asombroso desfile, hay doce deidades que parecen idénticas y que portan todas la misma arma.

En el grupo de doce que hay en la mitad, algunas deidades parecen más viejas, otras llevan diversas armas y hay dos que están señaladas por un símbolo divino.

El tercer grupo de doce (el de delante) está claramente constituido por las deidades masculinas y femeninas más importantes.

Sus armas y emblemas son más variados; cuatro tienen el divino símbolo celestial por encima de ellos; dos tienen alas.

En este grupo también hay participantes no divinos: dos toros que sostienen un globo, y el rey de los hititas, que lleva un casquete y que está de pie debajo del emblema del Disco Alado.

Desfilando desde la derecha había dos grupos de deidades femeninas; sin embargo, las tallas están demasiado mutiladas para poder estar seguros de su número original.

Lo más probable es que no nos equivoquemos al suponer que ellas también formaban dos «compañías» de doce.

Ambas procesiones, la de la izquierda y la de la derecha, se encontraban en un panel central que representaba, con toda claridad, a los Grandes Dioses, pues a todos estos se les mostraba elevados, de pie encima de las montañas, de los animales, de los pájaros o, incluso, sobre los hombros de sus divinos asistentes.

Muchos esfuerzos invirtieron los expertos (por ejemplo, E. Laro-che, Le Panthéon de Yazilikaya) para determinar los símbolos jeroglíficos de las representaciones, así como, de los textos parcialmente legibles y de los nombres de dioses que estaban tallados en las rocas, los nombres, títulos y papeles de las deidades que aparecían en la procesión.

Pero está claro que el panteón hitita, también, estaba gobernado por los doce «olímpicos».

Los dioses menores estaban organizados en grupos de doce, y los Grandes Dioses sobre la Tierra estaban asociados con doce cuerpos celestes.

Pero, que el panteón hitita estuviera gobernado por el «número sagrado» doce, queda confirmado por otro monumento de esta cultura, un santuario de piedra encontrado cerca de la actual Beit-Zehir.

En él, se representa con toda claridad a la divina pareja rodeada por otros diez dioses, sumando doce en total.

Los descubrimientos arqueológicos demuestran concluyentemente que los hititas adoraban a dioses que eran «del Cielo y de la Tierra», interrelacionados entre sí y organizados en una jerarquía genealógica.

Unos eran grandes dioses «de antaño», que eran originariamente de los cielos.

Su símbolo, que en la escritura pictográfica hitita significaba «divino» o «dios celestial», tenía el aspecto de un par de gafas de protección, y solía aparecer sobre sellos redondos, como parte de un objeto parecido a un cohete.

Ciertamente, había otros dioses presentes, no sólo sobre la Tierra sino entre los hititas, actuando como soberanos supremos de la tierra, nombrando a los reyes humanos e instruyéndolos en cuestiones de guerra, tratados y otros temas internacionales.

Encabezando a los físicamente presentes dioses hititas había una deidad llamada Teshub, que significaba «el que sopla el viento».

Era, por consiguiente, lo que los expertos llaman un Dios de las Tormentas, relacionado con los vientos, el trueno y el rayo.

Se le apodaba también Taru («toro»). Al igual que los griegos, los hititas representaban también algún tipo de culto al toro; y, al igual que Júpiter más tarde, Teshub era representado como Dios del Trueno y del Rayo, montado sobre un toro.

Los textos hititas, como las posteriores leyendas griegas, relatan la batalla que tuvo que afrontar su deidad jefe con un monstruo para consolidar su supremacía.

Un texto, llamado por los expertos «El Mito de la Muerte del Dragón», identifica al adversario de Teshub como el dios Yanka.

No pudiendo derrotarle en la batalla, Teshub recurre a los otros dioses en busca de ayuda, pero sólo una diosa viene le presta asistencia, y se deshace de Yanka emborrachándolo en una fiesta.

Los expertos, reconociendo en estos cuentos los orígenes de la leyenda de San Jorge y el Dragón, se refieren al adversario herido por el dios «bueno» como «el dragón».

Pero lo cierto es que Yanka significa «serpiente», y que los pueblos de la antigüedad representaban al dios «malo» de este modo -como se puede ver en los bajorrelieves hititas.

Como ya dijimos, Zeus también combatió no con un «dragón» sino con un dios-serpiente. Como mostraremos más adelante, a estas antiguas tradiciones sobre la lucha entre un dios de los vientos y una deidad serpentina se les atribuía un profundo significado.

Aquí, sin embargo, sólo podemos recalcar que las batallas entre dioses por la divina corona se relataban en los textos antiguos como hechos que, incuestionablemente, habían tenido lugar.

Un largo y bien conservado relato épico hitita titulado «La Realeza del Cielo» trata de este tema, el del origen celeste de los dioses.

El narrador de aquellos sucesos anteriores a los mortales invoca en primer lugar a los doce «poderosos dioses de antaño», para que escuchen su relato y sean testigos de su veracidad:

¡Que escuchen los dioses que están en el Cielo, y aquellos que están sobre la oscura Tierra! Que escuchen los poderosos dioses de antaño.

Quedando establecido así que los dioses de antaño eran tanto del Cielo como de la Tierra, la epopeya hace una lista de los doce «poderosos de antaño», los antepasados de los dioses; y, una vez asegurada su atención, el narrador procede a relatar los sucesos que llevaron a que el dios que era «rey del Cielo» viniera a «la oscura Tierra»:

Antes, en los días antiguos, Alalu era rey del Cielo; Él, Alalu, estaba sentado en el trono. El poderoso Anu, el primero entre los dioses, de pie ante él, se inclinaba ante sus pies, y ponía la copa en su mano.

Durante un total de nueve períodos, Alalu fue rey en el Cielo.En el noveno período, Anu le dio batalla a Alalu. Alalu fue derrotado, huyó ante Anu. Descendió a la oscura Tierra. Abajo, a la oscura Tierra fue; en el trono se sentó Anu.

Así pues, la epopeya atribuye a la usurpación del trono la llegada de un «rey del Cielo» a la Tierra.

Un dios llamado Alalu fue obligado a abandonar su trono (en algún lugar de los cielos), y a huir para salvar su vida, «descendió a la oscura Tierra».

Pero ése no fue el final. El texto sigue relatando cómo Anu, a su vez, fue destronado por un dios llamado Kumarbi (hermano de Anu, según algunas interpretaciones).

No cabe duda de que esta epopeya, escrita mil años antes de que se crearan las leyendas griegas, fue la precursora del relato del destronamiento de Urano a manos de Crono, y del destronamiento de Crono a manos de Zeus.

Incluso el detalle de la castración de Crono por parte de Zeus se encuentra en el texto hitita, pues eso es exactamente lo que Kumarbi le hizo a Anu:

Durante un total de nueve períodos, Anu fue rey en el Cielo; En el noveno período, Anu tuvo que hacer batalla con Kumarbi.

Anu consiguió soltarse de Kumarbi y huyó. Huyó Anu, elevándose hacia el cielo. Kumarbi salió tras él, y lo agarró por los pies; tiró de él hacia abajo desde los cielos.

Le mordió los genitales, y la «Virilidad» de Anu, al combinarse con las tripas de Kumarbi, se fundió como el bronce.

Según este antiguo relato, la batalla no terminó con una victoria total. Aunque castrado, Anu se las apañó para huir hasta su Morada Celeste, dejando a Kumarbi con el control de la Tierra.

Mientras tanto, la «Virilidad» de Anu produjo varias deidades en las tripas de Kumarbi, deidades que, como Crono en las leyendas griegas, se vio obligado a liberar.

Uno de estos dioses fue Teshub, el dios supremo de los hititas. Sin embargo, iba a haber una batalla épica más antes de que Teshub pudiera reinar en paz.

Al saber de la aparición de un heredero de Anu en Kummiya («morada celestial»), Kumarbi preparó un plan para «crear un rival para el Dios de las Tormentas».

«Tomó el báculo con la mano y se puso en los pies un calzado que le hacía rápido como los vientos», y fue desde su ciudad Ur-Kish hasta la morada de la Dama de la Gran Montaña.

Cuando llegó, Se le despertó el deseo; durmió con la Dama Montaña; su virilidad fluyó dentro de ella. Cinco veces la tomó… Diez veces la tomó.

¿Acaso Kumarbi era un rijoso? Tenemos razones para creer que había muchas más cosas implicadas en ello.

Suponemos que las leyes sucesorias de los dioses eran de tal tipo que un hijo de Kumarbi con la Dama de la Gran Montaña se hubiera podido reivindicar como heredero legítimo al Trono Celestial; y eso explicaría que Kumarbi «tomara» a la diosa cinco y diez veces, con el fin de asegurar la concepción; como, de hecho, así fue, pues tuvo un hijo al que Kumarbi llamó simbólicamente Ulli-Kummi («supresor de Kummiya» -la morada de Teshub).

Kumarbi preveía que la batalla por la sucesión se entablaría en los cielos. Al haber destinado a su hijo para eliminar a los de Kummiya, Kumarbi diría de él:

¡Que ascienda hasta el Cielo por su realeza! ¡Que venza a Kummiya, la hermosa ciudad! ¡Que ataque al Dios de las Tormentas y lo haga pedazos, como a un mortal! Que derribe a todos los dioses del cielo.

¿Acaso estas batallas de Teshub en la Tierra y en los cielos tuvieron lugar cuando comenzaba la Era de Tauro, alrededor del 4000 a.C?

¿Era ésta la razón por la cual al vencedor se le concedió la asociación con el toro?

Y, por último, ¿hubo alguna conexión entre estos sucesos y el comienzo, por la misma época, de la repentina civilización de Sumer?

No cabe duda de que el panteón y los relatos de los dioses hitita-s tienen sus raíces, ciertamente, en Sumer, en su civilización y en sus dioses.

La historia del desafío de Ulli-Kummi al Trono Divino prosigue con el relato heroico de batallas que, sin embargo, no resultan decisivas.

Incluso se da el caso de que la esposa de Teshub, Hebat, intenta suicidarse ante el fracaso de su marido en derrotar a su adversario.

Al final, se hace una llamada a las deidades para que medien en la disputa, y se convoca una Asamblea de Dioses, encabezada por un «dios de antaño» llamado Enlil, y otro «dios de antaño» llamado Ea que es convocado para que presente «las viejas tablillas con las palabras del destino», unos antiguos registros que, según parece, ayudarían a zanjar la disputa sobre la sucesión divina.

Pero estos registros no consiguen resolver el conflicto, y Enlil aconseja entonces otra batalla con el aspirante, si bien con la ayuda de algunas armas muy antiguas.

«Escuchad, dioses de antaño, vosotros que conocéis las palabras de antaño», dice Enlil a sus seguidores:

¡Abrid los antiguos almacenes de los padres y los abuelos!Sacad la lanza de Cobre Viejo con la que se separó el Cielo de la Tierra; y que corten los pies de Ulli-Kummi.

¿Quiénes eran los «dioses de antaño»? La respuesta es obvia, pues todos ellos -Anu, Antu, Enlil, Ninlil, Ea, Ishkur- llevan nombres sumerios.

Incluso el nombre de Teshub -así como los nombres de otros dioses hititasse solía escribir con escritura sumeria para denotar su identidad.

Por otra parte, los nombres de algunos de los lugares citados en la acción eran también los de antiguos lugares sumerios.

Los estudiosos cayeron en la cuenta de que los hititas adoraban, de hecho, un panteón de origen sumerio, y de que el ruedo en el que se desarrollaban los relatos de los «dioses de antaño» era Sumer. Sin embargo, esto era sólo parte de un descubrimiento mucho mayor.

No sólo resultaba que la lengua hitita estaba basada en diversos dialectos indoeuropeos, sino que también estaba sujeta a una sustancial influencia acadia, tanto en la manera de hablarla como de escribirla.

Dado que el acadio era el idioma internacional del mundo antiguo en el segundo milenio a.C, su influencia sobre el hitita se puede racionalizar de algún modo.

¡Pero lo que provocó un profundo asombro entre los expertos fue el descubrir, durante el transcurso de las labores de desciframiento del hitita, la amplia utilización de signos pictográficos, sílabas e, incluso, palabras completas sumerias!

Además, resultaba obvio que el sumerio era el idioma que utilizaban para las enseñanzas superiores.

El sumerio, en palabras de O. R. Gurney (The Hittites), «se estudiaba intensivamente en Hattu-Shash (la capital), donde se han encontrado diccionarios sumerio-hitita…

Muchas de las sílabas asociadas con los signos cuneiformes en el período hitita son en realidad palabras sumerias de las que (los hititas) habían olvidado el significado…

En los textos hititas, los escribas solían cambiar palabras comunes hititas por sus correspondientes sumerias o babilonias».

Ahora bien, cuando los hititas llegaron a Babilonia, en algún momento antes del 1600 a.C, hacía ya mucho que los sumerios habían desaparecido de la escena de Oriente Próximo.

¿Cómo, entonces, su lengua, su literatura y su religión pudieron dominar otro gran reino en otro milenio y en otra parte de Asia?

El puente, según han descubierto recientemente los expertos, lo estableció otro pueblo: los hurritas.

enrique hoy dos

Posteado por Oliver Mora.

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