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jueves, 7 de febrero de 2013

EL 12avo PLANETA, Parte 4: DIOSES DEL CIELO Y DE LA TIERRA (Dioses Griegos), ZECHARIA SITCHIN


GreciaPartenondeAtenas dos

¿Cómo pudo ser que, después de cientos de miles o millones de años de penosa y lenta evolución, todo cambiara de forma tan abrupta y completa, y, con tres empujones -alrededor de 11000-7400-3800 a.C-, los primitivos cazadores y recolectores nómadas se transformaran en agricultores y alfareros, en constructores de ciudades, ingenieros, matemáticos, astrónomos, metalúrgicos, comerciantes, músicos, jueces, médicos, escritores, bibliotecarios o sacerdotes?

Se podría ir todavía más allá para hacer una pregunta aún más básica, magníficamente planteada por el profesor Robert J. Braidwood (Prehistoric Men):

«Después de todo, ¿por qué ocurrió? ¿Por qué todos los seres humanos no estamos viviendo todavía como se vivía en el Mesolítico?»

Los sumerios, la gente por la cual vino a ser esta civilización tan repentina, tenían una respuesta preparada.

La resumieron en una de las decenas de miles de inscripciones mesopotámicas encontradas:

«Todo lo que se ve hermoso, lo hicimos por la gracia de los dioses».

Los dioses de Sumer. ¿Quiénes eran?

¿Eran los dioses sumerios como los dioses griegos, que vivían en una gran corte, de festín en el Gran Salón de Zeus en los cielos-Olimpo, cuyo homólogo en la tierra era el monte más alto de Grecia, el Monte Olimpo?

Los griegos ofrecían una imagen antropomórfica de sus dioses, con un aspecto físico similar al de los hombres y las mujeres mortales y con un carácter humano.

Podían mostrarse felices, irritados o celosos; hacían el amor, discutían y luchaban; y procreaban como eres humanos, teniendo descendencia a través de la relación sexual, entre ellos o con humanos.

Eran inalcanzables y, sin embargo, siempre se estaban mezclando en los asuntos humanos.

Podían ir de aquí para allá a una velocidad de vértigo, aparecer y desaparecer; tenían armas poco comunes y de un inmenso poder.

Cada uno tenía una función específica y, como consecuencia, cualquier actividad humana podía padecer o beneficiarse de la actitud del dios encargado de esa actividad en particular; por tanto, los rituales de culto y las ofrendas a los dioses estaban destinados a ganarse su favor.

La principal deidad de los griegos durante la civilización helénica fue Zeus, «Padre, de Dioses y Hombres», «Señor del Fuego Celestial».

Su principal arma y símbolo era el rayo. Era un «rey» en la tierra que había descendido de los cielos; alguien que tomaba decisiones y dispensaba bien y mal a los mortales, pero cuyo ámbito original estaba en los cielos.

No fue ni el primer dios sobre la Tierra, ni tampoco el primero en haber estado en los cielos.

Mezclando teología con cosmología para crear lo que los estudiosos llaman mitología, los griegos creían que en un principio fue el Caos; después, aparecieron Gea (la Tierra) y su consorte Urano (los cielos).

Gea y Urano tuvieron doce hijos, los Titanes, seis varones y seis hembras. Aunque sus legendarias hazañas tuvieron lugar en la Tierra, se daba por cierto que tenían una contraparte astral.

Crono, el más joven de los titanes varones, emergió como figura principal en la mitología olímpica.

Alcanzó la supremacía entre los titanes a través de la usurpación, después de castrar a su padre, Urano.

Temiendo a los otros titanes, Crono los hizo prisioneros y los desterró.

Por todo esto, su madre lo maldijo y lo condenó a sufrir el mismo destino que su padre, y a ser destronado por uno de sus propios hijos.

Crono se casó con su hermana Rea, con la que tuvo tres hijos y tres hijas: Hades, Poseidón y Zeus; Hestia, Deméter y Hera.

Una vez más, el destino había marcado que el hijo más joven sería el que depondría a su padre, y la maldición de Gea se convirtió en realidad cuando Zeus derrocó a Crono, su padre.

Pero parece ser que el golpe de estado no estuvo exento de problemas. Durante muchos años hubo batallas entre los dioses, y se originó toda una hueste de seres monstruosos.

La batalla decisiva fue entre Zeus y Tifón una deidad con forma de serpiente. Él combate alcanzó a grandes zonas, tanto de la Tierra como de los cielos.

El lance final tuvo lugar en el Monte Casio, en los límites entre Egipto y Arabia, parece ser que en algún lugar de la Península del Sinaí.

Tras su victoria, Zeus fue reconocido como dios supremo. Sin embargo, tenía que compartir el control con sus hermanos.

Por elección (o, según otra versión, echándolo a suertes), a Zeus se le dio el control de los cielos; para el hermano mayor, Hades, se acordó el Mundo Inferior; y al mediano, Poseidón, se le dio el dominio de los mares.

Aunque, con el tiempo, Hades y su territorio se convirtieron en sinónimo del Infierno, su ambiente original era algún lugar «por allí abajo» que abarcaba tierras pantanosas, áreas desoladas y tierras regadas por enormes ríos.

A Hades se le describía como «el invisible» -frío, distante, severo; impasible ante la oración o los sacrificios.

Poseidón, por otra parte, se le veía con frecuencia aferrando su símbolo (el tridente).

Aunque soberano de los mares, se le tenía también por señor de las artes metalúrgicas y escultóricas, así como por un habilidoso mago o prestidigitador.

Mientras que a Zeus se le representaba en la tradición griega y en la leyenda como a alguien muy estricto con la Humanidad -hasta el punto de que, en cierta ocasión, llegó a tramar la aniquilación del género humano-, a Poseidón se le tenía por un amigo de la Humanidad y un dios dispuesto a hacer lo imposible por ganarse las alabanzas de los mortales.

Los tres hermanos y sus tres hermanas, todos ellos hijos de Crono y de su hermana Rea, conformaron la parte más antigua del Círculo Olímpico, el grupo de los Doce Grandes Dioses.

Los otros seis fueron todos descendientes de Zeus, y los relatos griegos trataban en gran medida de sus genealogías y relaciones.

Las deidades de ambos sexos que tenían por padre a Zeus tuvieron por madre a diferentes diosas.

Casándose al principio con una diosa llamada Metis, Zeus tuvo una hija, la gran diosa Atenea.

Ella era la encargada del sentido común y de la maniobra, de ahí que fuera la Diosa de la Sabiduría.

Pero, además, al ser la única deidad principal que permaneció junto a Zeus durante su combate con Tifón (el resto de dioses había huido), Atenea adquirió también cualidades marciales y se convirtió en Diosa de la Guerra.

Era la «perfecta doncella», y no se convirtió en esposa de nadie; pero algunos cuentos la relacionan frecuentemente con su tío Poseidón, y, aunque la consorte oficial de éste era la diosa que fue Dama del Laberinto de la isla de Creta, su sobrina Atenea fue su amante.

Zeus se casó después con otras diosas, pero sus hijos no se cualificaron para entrar en el Círculo Olímpico.

Cuando Zeus se puso a darle vueltas al serio asunto de tener un heredero varón, se empezó a fijar en sus hermanas.

La mayor era Hestia. Según todos los relatos, era algo así como una reclusa; quizás demasiado vieja o demasiado enferma para ser objeto de actividades matrimoniales, por lo que Zeus no necesitó demasiadas excusas para dirigir su atención sobre Déméter, la mediana, Diosa de la Fertilidad.

Pero, en vez de un hijo, Deméter le dio una hija, Perséfone, que acabaría convirtiéndose en esposa de su tío Hades, compartiendo con él su dominio sobre el Mundo Inferior.

Decepcionado por no tener un hijo varón, Zeus se volvió hacia otras diosas en busca de consuelo y de amor.

Con Armonía tuvo nueve hijas. Después, Leto le dio una hija y un hijo, Ártemis y Apolo, que entraron inmediatamente en el grupo de las deidades principales.

Apolo, como primogénito de Zeus, era uno de los dioses más grandes del panteón helénico, temido tanto por hombres como por dioses.

Era el intérprete de la voluntad de su padre Zeus ante los mortales y, de ahí, la máxima autoridad en materia de ley religiosa y de culto en el templo.

Siendo el representante de la moral y de las leyes divinas, propugnaba la purificación y la perfección, tanto espiritual como física.

El segundo hijo varón de Zeus, nacido de la diosa Maya, fue Hermes, patrón de los pastores, guardián de rebaños y manadas.

Menos importante y poderoso que su hermano Apolo, Hermes estaba más cerca de los asuntos humanos; cualquier golpe de buena suerte se le atribuía a él.

Como Dador de Cosas Buenas, era el que se encargaba del comercio, patrón de mercaderes y viajeros. Pero su principal papel en el mito y en la épica fue el de heraldo de Zeus, Mensajero de los Dioses.

Impulsado por determinadas tradiciones dinásticas, Zeus todavía precisaba tener un hijo de una de sus hermanas, por lo que se fijó en la más joven, Hera. Al casarse con ella por los ritos del Sagrado Matrimonio, Zeus la proclamó Reina de los Dioses, es decir, Diosa Madre.

Pero el matrimonio, bendecido con un hijo, Ares, y dos hijas, se vio zarandeado constantemente por las infidelidades de Zeus, así como por los rumores de infidelidad por parte de Hera, que arrojó algunas dudas acerca del verdadero parentesco de otro hijo, Hefesto.

Ares fue introducido inmediatamente en el Círculo Olímpico de los doce dioses principales, y se convirtió en el teniente jefe de Zeus, en un Dios de la Guerra.

Se le representaba como el Espíritu de las Matanzas, aunque estaba lejos de ser invencible; combatiendo del lado de los troyanos en la Guerra de Troya, sufrió una herida que sólo Zeus pudo curar.

Hefesto, por otra parte, tuvo que esforzarse en su camino hasta la cima olímpica. Era el Dios de la Creatividad; a él se le atribuían el fuego de la forja y el arte de la metalurgia.

Era el divino artífice, creador de objetos, tanto prácticos como mágicos, para hombres y dioses. Las leyendas dicen que nació cojo, y que, por esto, su madre, Hera, lo rechazó enfurecida.

Otra versión más creíble dice que fue Zeus el que desterró a Hefesto -por las dudas sobre su parentesco-, pero que Hefesto utilizó sus poderes creativos mágicos para obligar a Zeus a darle un asiento entre los Grandes Dioses.

Las leyendas dicen también que, en cierta ocasión, Hefesto hizo una red invisible para que cayera sobre el lecho de su esposa en caso de que calentara sus sábanas un amante intruso.

Quizás necesitaba esta protección, dado que su esposa y consorte era Afrodita, Diosa del Amor y la Belleza.

Era de lo más natural que muchos relatos de amor se construyeran en torno a ella; y, en muchos de estos cuentos, el seductor era Ares, hermano de Hefesto. (Uno de los hijos de este amor ilícito fue Eros, Dios del Amor.)

Afrodita fue incluida en el Círculo Olímpico de los Doce, y las circunstancias de su admisión arrojan cierta luz sobre nuestro tema.

Afrodita no era hermana de Zeus, ni tampoco su hija, y, sin embarcas no se le pudo ignorar. Afrodita había venido de las costas asiáticas del Mediterráneo que miran a Grecia (según el poeta griego Hesiodo, llegó a tarvés de Chipre); y reivindicando una gran antigüedad se le atribuyó su origen a los genitales de Urano.

De este modo, y genealógicamente, iba una generación por delante de Zeus, siendo, por decirlo de algún modo, hermana de su padre, además de la personificación del castrado Progenitor de los Dioses.

Por tanto, Afrodita tenía que ser incluida entre los dioses olímpicos. Pero su número total, doce, parece ser que no se podía sobrepasar.

La solución fue ingeniosa: añadir uno dejando caer a uno. Dado que a Hades se le había dado potestad sobre el Mundo Inferior y no permanecía entre los Grandes Dioses del Monte Olimpo, se creó una plaza que, de un modo admirablemente práctico, permitió a Afrodita sentarse en el exclusivo Círculo de los Doce.

Parece también que el número doce era una exigencia que funcionaba de dos maneras: no podía haber más de doce olímpicos, pero tampoco menos de doce.

Esto queda patente en las circunstancias que llevaron a la admisión de Dioniso en el Círculo Olímpico. Éste era hijo de Zeus, nacido de la fecundación de su propia hija, Sémele.

Con el fin de ocultarlo de la ira de Hera, Dioniso fue enviado a tierras muy lejanas (llegando incluso a la India), introduciendo el cultivo de la vid y la elaboración del vino allá donde iba. Mientras tanto, en el Olimpo quedó una plaza libre.

Hestia, la hermana mayor de Zeus, débil y vieja, fue totalmente excluida del Círculo de los Doce. Fue entonces cuando Dioniso volvió a Grecia y se le permitió ocupar la plaza. Una vez más, había doce olímpicos.

Aunque la mitología griega no es muy clara en cuanto a los orígenes de la humanidad, las leyendas y las tradiciones proclamaban la ascendencia divina de héroes y reyes.

Estos semidioses conformaban el lazo entre el destino humano -los afanes diarios, la dependencia de los elementos, las plagas, la enfermedad, la muerte- y un pasado dorado en el que sólo los dioses vagaban por la Tierra. Y, aunque muchos de los dioses habían nacido en la Tierra, el selecto Círculo de los Doce Olímpicos representaba el aspecto celestial de los dioses.

En la Odisea, se decía que el Olimpo original se hallaba en el «puro aire superior».

Los Doce Grandes Dioses originales eran Dioses del Cielo que habían bajado a la Tierra; y representaban a los doce cuerpos celestes de la «bóveda del Cielo».

Los nombres latinos de los Grandes Dioses, dados cuando los romanos adoptaron el panteón griego, aclaran sus asociaciones astrales:

Gea era la Tierra; Hermes, Mercurio; Afrodita, Venus; Ares, Marte; Crono, Saturno; y Zeus, Júpiter.

Siguiendo la tradición griega, los romanos vieron a Júpiter como un dios del trueno cuya arma era el rayo; al igual que los griegos, los romanos lo asociaron con el toro.

En la actualidad, hay un acuerdo generalizado en que los cimientos de la civilización griega se pusieron en la isla de Creta, donde floreció la cultura minoica desde alrededor del 2700 a.C. hasta el 1400 a.C.

Entre los mitos y las leyendas minoicos, destaca por su importancia el mito del minotauro. Este ser, medio hombre, medio toro, era hijo de Pasífae, la esposa del rey Minos, y de un toro.

Los descubrimientos arqueológicos han confirmado el extenso culto minoico al toro, y en algunos sellos cilindricos se representa a éste como a un ser divino, acompañado por una cruz que, para algunos, sería una estrella o un planeta no identificados.

De ahí que se haya conjeturado que el toro al que daban culto los minoicos no fuera una criatura terrestre común, sino un Toro Celestial -la constelación de Tauro-, en conmemoración de algunos sucesos ocurridos cuando, durante el equinoccio de primavera, el Sol apareció por esa constelación, alrededor del 4000 a.C.

Según la tradición griega, Zeus llegó a la Grecia continental vía Creta, adonde había llegado en su huida (atravesando el Mediterráneo) tras el rapto de Europa, la hermosa hija del rey de la ciudad fenicia de Tiro.

Lo cierto es que, cuando la inscripción minoica más antigua fue descifrada al fin por Cyrus H. Gordon, resultó ser «un dialecto semita de las costas orientales del Mediterráneo».

De hecho, los griegos nunca afirmaron que sus dioses olímpicos llegaran directamente a Grecia desde los cielos.

Zeus llegó a través del Mediterráneo, vía Creta. Se decía que Afrodita había llegado por mar desde Oriente Próximo, vía Chipre.

Poseidón (Neptuno para los romanos) trajo con él el caballo desde Asia Menor.

Atenea trajo «el fértil olivo» a Grecia desde las tierras de la Biblia.

No cabe duda de que la religión y las tradiciones griegas llegaron a tierra firme griega desde Oriente Próximo, vía Asia Menor y las islas del Mediterráneo.

Es ahí donde inserta las raíces su panteón; es ahí donde debemos buscar los orígenes de los dioses griegos, y su relación astral con el número doce.

enrique hoy dos

Posteado por Oliver Mora.

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