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miércoles, 6 de febrero de 2013

Las Crónicas De Avalon, Parte 10: Campos Morfogenéticos, Emilio Carrillo-Campos Morfogenéticos


Seascape dos

Los Dywrnad se sucedieron de manera trepidante tras las jornadas que ocuparon el encuentro de hadas jóvenes.

Me propuse interiorizar realmente y lo antes posible todo lo que en él había aprendido. Así se lo trasmití a Merlín en la primera ocasión que tuve. Y el Gran Mago se apresuró a darme un consejo:

-Ya has oído hablar de los campos morfogenéticos. Nosotros mismos hemos intercambiado algún comentario al respecto-,me dijo con su afable gesticulación, mientras yo me limitaba a confirmar sus palabras con un ligero gesto de cabeza.

-Pues para avanzar en la práctica del ahora y del ho´oponopono-, continuó, -te aconsejo que profundices en lo que dichos campos son y representan.

Al principio te parecerá que poco tienen que ver con vivir el momento presente o con la realización del tradicional ejercicio hawaiano, pero te aseguro que llegarás a un estadio en el que percibirás claramente la estrecha conexión existente-.

Por supuesto que le hice caso. Busqué información al respecto tanto en Internet como en la nutrida biblioteca del Castillo de la Reina de las Tempestades. La localicé con facilidad y en abundancia.

Lo primero que pude constatar es que los campos morfogenéticos son parte de los llamados campos mórficos.

Y que estos pueden ser definidos como patrones, modelos o estructuras de tipo inmaterial que se hallan en la Naturaleza, en general, y en cada una de las distintas especies, en particular.

El biólogo Rupert Sheldrake fue uno de los pioneros en defender su existencia. Indagó para ello acerca de las causas por las que un árbol de una determinada familia se estructura de manera idéntica en cualquier punto del planeta, a pesar de las enormes diferencias geográficas, climatológicas y ambientales; o por las que miembros de una misma especie animal reproducen cambios de conducta o procesos de aprendizaje aunque no haya contacto alguno entre ellos y los separen miles de kilómetros.

En uno de sus experimentos, Sheldrake introdujo unas ratas de laboratorio en un laberinto especialmente complicado.

Tras numerosísimos intentos, lograron encontrar la salida. A partir de lo cual, empiezan los datos llamativos: las crías de esas ratas fueron capaces de salir del laberinto en su primer intento; y, todavía más curioso, lo mismo ocurrió con ratas de la misma especie a las que se sometió a ese experimento ¡en las antípodas!.

A partir de aquí, Sheldrake acuñó el concepto de “campos morfogenéticos” para tratar de explicar los cambios que ocurren entre miembros de una misma especie sin que haya mediado contacto “físico”, desplegando un amplio abanico de investigaciones que volcó, finalmente, en lo que llamó Teoría de la Causación Formativa.

Esta teoría examina cómo las cosas adoptan sus formas o patrones de organización, sean galaxias, átomos, cristales, moléculas, células, plantas o animales.

A diferencia de las maquinas, que son artificialmente ensambladas por los humanos, todas estas entidades se organizan por sí mismas, esto, es, cuentan con formas, patrones o estructuras que disfrutan de propiedades auto-organizativas: un átomo o una molécula se organizan solos; cada proteína tiene su propio campo mórfico (un campo de hemoglobina, un campo de insulina,…); un cristal cristaliza autónomamente y cuenta con una organización inherente; los animales crecen espontáneamente; etcétera.

Por tanto, su teoría aborda los sistemas naturales auto-organizados y el origen mismo de las formas que adoptan, concluyendo que la causa de éstas radica en la influencia de campos organizativos o campos formativos que denominó campos mórficos. Y las formas y patrones que asumen galaxias, átomos, células, cristales,… dependen de la manera en que tipos similares han sido organizados en el pasado.

Hay una especie de memoria integrada en los campos mórficos de cada cosa auto-organizada, concibiendo las pautas y regularidades mucho más como hábitos que gobernadas por leyes físicas o matemáticas preexistentes.

Igualmente, llamó mi atención el hecho de que los campos mórficos o morfogenéticos contienen información que, una vez creados, está disponible y es utilizable con independencia del tiempo y el espacio y sin pérdida alguna de intensidad.

Son campos no físicos que ejercen influencia sobre sistemas que presentan algún tipo de organización inherente.

Gracias a ello, permiten la transmisión de tal información entre organismos de la misma especie sin mediar ni proximidad física ni sincronicidad temporal.

Es como si dentro de cada especie de las innumerables que pueblan nuestro planeta -o el Universo- existiese un vínculo que actuara instantáneamente en un nivel subcuántico, es decir, fuera del espacio/tiempo y de la esfera tridimensional (la Tercera Dimensión de la que nos habla la ciencia) en la que trascurre nuestra vida física.

Una tarde en la que compartíamos un tranquilo paseo por uno de los bosques cercanos a su casa, hice una primera puesta en común con Nimue sobre mi aproximación a la obra de Sheldrake.

En un momento dado de la conversación, me sorprendió con una contundente afirmación:

-La Isla de Ávalon es una perfecta manifestación de la memoria espiritual de la Madre Tierra y, por ende, de los campos mórficos; y una colosal prueba de la existencia y el modus operandi de los mismos.

Desde aquí hemos seguido con atención los avances del biólogo y filósofo británico y hemos aplaudido desde nuestro voluntario retiro su convencimiento de que la memoria es inherente a la Naturaleza, que la guarda, preserva y transmite por vías no materiales y, por tanto, aparentemente situadas fuera de la racionalidad-.

-Cuesta trabajo asimilar tal aseveración-, me sinceré, -cuando la gente corriente tiene dificultades para recordar lo que hizo la semana pasada o para rememorar objetivamente, sin dejarse arrastrar por las percepciones subjetivas, un determinado hecho o circunstancia-.

-Ja, ja, ja… Así es, Emilio, y tiene su gracia. Pero la verdad es que lo que la mente de un ser humano pierde, arrincona, disfraza o reinterpreta no es olvidado, en cambio, por la Humanidad, ni por la Madre Tierra, ni por el Cosmos, ni por la Creación.

Y la memoria de la Naturaleza y, en el caso que estamos abordando, de la Humanidad están siempre ahí, tanto a disposición de cualquiera que de manera consciente quiera utilizarla como influyendo en el comportamiento de las personas, aunque sean absolutamente inconscientes al respecto.

Son influjos e impactos no visibles y cuasi virtuales que actúan a través del tiempo y el espacio.

-Es algo incomprensible-, corroboré, -desde la visión egóica que prevalece en la sociedad actual: yo (sujeto) frente al mundo (objeto) y el mundo como algo separado y hasta enfrentado con mi yo-.

-Y totalmente normal y lógico desde la Consciencia de Unidad que configura la Realidad de cuanto es y existe y constituye la esencia de Ávalon, llenando cotidianamente de energía, sabiduría innata y equilibrio la existencia en la isla.

Los campos mórficos son otra muestra de la Unidad que todo engloba e integra. Y aunque hay una enorme variedad de campos o patrones, porque muchas son las modalidades de vida, la sistemática siempre es similar, lo que, por otro lado, cuestiona la selección natural darwiniana al mostrar que, habiendo multitud de combinaciones y alternativas posibles, los organismos recurren siempre a una común-.

-Este último extremo, Nimue, me ha interesado especialmente al leer a Rupert Sheldrake. Siguiendo sus reflexiones, la información que albergan los campos mórficos se comunica interactivamente a todos y entre todos los componentes de la especie, lo que demuestra una propensión a la colaboración, no a la lucha por la supervivencia-.

-Exacto. Sheldrake otorgó el nombre de resonancia mórfica al modo específico en el que se produce tal comunicación.

A diferencia del instinto o morfogénesis, tal resonancia evoluciona de forma colectiva, observándose adaptaciones en gran escala y a enormes distancias en todo el planeta.

Hace medio siglo, los caballos solían lastimarse con las vallas alambradas de los campos, pero en este tiempo toda la especie ha aprendido a evitar el alambre de púas.

Y no solamente actúan de manera diferente frente a este obstáculo, sino que en general no reaccionan ya como sus predecesores ante otros avatares-.

-Esto me recuerda-, la interrumpí, -una entrevista efectuada a Noam Chomsky, el célebre lingüista norteamericano, en la que indicaba que es imposible explicar la rapidez y la creatividad en la adquisición del lenguaje solamente por vías de imitación.

El concepto de resonancia mórfica permite comprender mejor como se produce ese proceso de aprendizaje humano del lenguaje.

Y, en un sentido similar, explica por qué los rendimientos medios en los tests de inteligencia tienden aumentar: no es que las personas sean cada vez más inteligentes, sino que la resonancia transmite a la especie el aprendizaje logrado al respecto por una parte de sus miembros.

Valga como botón de muestra el Test de Matrices Progresivas de Raven, que mide la capacidad intelectual de sujetos de 12 a 65 años: tras ser usado durante decenios, hoy se considera prácticamente obsoleto debido a que, aunque los nuevos usuarios no lo conozcan y no tenga un mayor nivel medio de inteligencia, tanto los adolescentes como los adultos los resuelven con mucha más facilidad que antes-.

-Sí, sí,… Emilio. Es francamente espectacular. ¡Y tan bello!-, expresó Nimue sinceramente emocionada. -Si un aprendizaje ocurre en un campo concreto en algún punto espacial, esta información queda disponible en cualquier manifestación de este campo en cualquier tiempo y lugar.

Y, a través de los hábitos, los campos morfogenéticos van variando su estructura, dando pie, así, a los cambios estructurales de los sistemas a los que están asociados.

El campo actúa como una especie de radio emisora que siempre está emitiendo en una franja de frecuencias específicas que define precisamente a ese campo.

Por un lado, la radio, sus ondas, está permanentemente en el aire, propagando y haciendo disponibles las informaciones; por otro, también está constantemente recibiendo y almacenando nuevas informaciones lanzadas por otras radios que funcionan en la misma franja.

Se configura, así, una compleja red de informaciones, con constantes “inputs” y “outputs”.

A medida que van siendo repetidas y guardadas, el campo se configura en patrón morfogenético: algo así como la memoria de la especie o del individuo, lo que algunas escuelas llaman “Akasha” o “archivos akásicos”-.

Tras aquella velada, llegué a pensar que mi inmersión en los campos mórficos ya no me podía deparar más sorpresas. Me equivoqué.

Y fue Merlín el encargado de hacérmelo ver durante la sobremesa de una de nuestras habituales comidas, disfrutando de la hospitalidad de la Reina de las Tempestades y compartiendo mantel y conversación con ella.

-¿Has reflexionado acerca de que los campos mórficos funcionan también en nuestra propia genética, en el ADN?-, me interrogó en un momento dado.

-¿Nuestro ADN?-, le inquirí sin entender muy bien la pregunta.

-Y tanto, Emilio. El ADN codifica la secuencia de aminoácidos que forman las proteínas, pero existe una gran diferencia entre codificar la estructura de una proteína y programar el desarrollo de un organismo entero. Es la misma diferencia que hay entre fabricar ladrillos y construir una casa con ellos.

Los ladrillos son necesarios para edificar la vivienda; y la calidad de ésta dependerá de la de aquéllos. No obstante, el plano de la casa no está contenido en los ladrillos.

Análogamente, el ADN codifica los materiales, pero no el plano, la forma, la morfología del cuerpo. Y es precisamente en este punto donde los campos morfogenéticos juegan su papel. ¿Entiendes?.-

-Los campos mórficos definen la existencia de un patrón o estructura energética que organiza la vida de los miembros de todas y cada una de las especies existentes-, dije pensando en voz alta. -Y se encargan de informar a las células sobre cómo deben disponerse para formar al individuo de cada especie, determinando de manera sutil los movimientos, comportamientos y tendencias de todos los ejemplares de la misma-.

-Luego-, el Gran Mago volvió a coger la batuta, -el campo mórfico no se halla en los genes, en el ADN biológico, sino en el exterior de cada individuo concreto, como una especia de holograma envolvente, interactuando con su interior a través del ADN sutil, siendo el depositario de la información esencial que permite que la vida se desarrolle-.

-Sí, lo comprendo…-.

-Pues claro,… Sólo aquellos que mantienen su mente llena de prejuicios se resisten a aceptar la existencia de los campos mórficos y piden pruebas racionales.

Sin embargo, la existencia de los campos mórficos se puede probar más por sus efectos que de forma directa.

La mejor manera de entenderlos es trabajando directamente con grupos de organismos estructurados.

Estas sociedades de individuos pueden transmitirse información a distancia sin estar conectados por medios sensoriales conocidos.

No es sencillo comprender por medios tradicionales cómo se comunican las bandadas de pájaros para cambiar de dirección con rapidez y sin chocar unos con otros.

De la misma forma, es difícil conocer la naturaleza real de numerosos vínculos humanos, interpersonales y comunitarios.

Se puede inferir que los campos mórficos trascienden el cerebro, nos unen a los objetos que percibimos y nos proporcionan la capacidad de afectarlos con nuestra atención e intención-.

-Lo que me trae a la cabeza, Merlín, un experimento que leí en un libro de Edgard Morin.

En él, los investigadores quitaron a un árbol todas sus hojas. Ante ello, como era previsible, el árbol empezó a segregar más savia, con el fin de reemplazar las hojas que había perdido, así como una sustancia protectora contra los parásitos.

Curiosamente, los árboles vecinos de la misma especie empezaron a segregar la misma sustancia antiparasitaria que el árbol agredido-.

-Las consecuencias de todo lo que estáis hablando son fabulosas-, terció en el diálogo la Reina de las Tempestades, -y se muestran espléndidamente en el famoso experimento del centésimo mono”, divulgado por la obra de Lyall Watson.

En 1952, en la isla Koshima, próxima a Japón, los científicos empezaron a proporcionar a los monos de la especie Macaca Fuscata patatas dulces que dejaban caer en la arena.

Les gustó su sabor, pero las rechazaron al estar sucias por la arenilla, hasta que una mona joven las lavó y comió.

Enseñó el truco a su madre y a otros compañeros jóvenes. Los monos mayores no aprendieron, excepto aquellos que tenían hijos jóvenes, quienes enseñaron el truco a sus padres.

Pero poco a poco, entre 1952 y 1958, todos los monos jóvenes y sus padres incorporaron este avance. Un día de otoño de 1958, cierto número de monos -se desconoce la cantidad exacta, pero supongamos que eran 99- lavaban las patatas dulces.

Y al día siguiente (supongamos también) por la mañana, el mono número cien aprendió a lavarlas. Por la tarde, todos los monos de la tribu lavaron sus patatas antes de comerlas.

La suma de energía de aquel centésimo mono creó, en cierto modo, una masa crítica y, a través de ella, una eclosión ideológica.

Pero lo más sorprendente es que las colonias de monos de otras islas, sin contacto con los anteriores, así del continente asiático empezaron también a lavar sus patatas dulces-.

Merlín, que había escuchado con atención y deleite las palabras anteriores, se apresuró a lanzar una potente conclusión:

-Fundamentado en este experimento y otros similares, podemos afirmar que cuando un número limitado de individuos conocen un nuevo método, sólo es propiedad consciente de ellos mismos.

Pero, ¡ojo!, existe un punto en el que, con un individuo más que sintonice con el nuevo conocimiento, éste llega a todo el colectivo y se socializa para el conjunto de la especie.

Lo que permite deducir que la conexión existente entre todos los seres vivos de una misma especie posibilita que todos los miembros logren un avance compartido al alcanzar lo que se conoce como “masa crítica”, consistente en un número suficiente de miembros que hayan asimilado la enseñanza en particular.

Aplicada al plano espiritual, esta interacción explica el funcionamiento del denominado Cuerpo Místico o Crístico, así como el momento que vive actualmente la Humanidad, cuando está alcanzando la masa critica que posibilitará un gran despertar general y el salto consciencial junto con la Madre Tierra-.

La claridad y hermosura de estas apreciaciones sellaron mi boca. Tras unos segundos, fue la Reina de las Tempestades la que rompió el silencio:

-Nuestras conexiones con los demás son mucho más fuertes de lo que creemos; y nuestro grado de determinación e influencia en el mundo, mucho más potente de lo que nos parece.

Maharishi Mahesh Yogi tiene toda la razón cuando sostiene que si el 10% de la población mundial meditase, se lograría que el restante 90% de los habitantes del planeta cambiaran su forma de pensar.

Y es innegable que el presente, también el despliegue de éste que llamamos futuro, de la Humanidad y del planeta dependen de que el ser humano crezca en consciencia.

O, dicho con más propiedad, de que podamos pasar de una “consciencia egóica” a otra “consciencia de Unidad”.

Todo lo que hagamos en esta dirección contribuye a acrecentar la “masa crítica” que hace posible el cambio, incluido lo que personal y humildemente llevemos a cabo en nuestra cotidianeidad más inmediata.

Vivir el presente, acallar la mente, buscar espacios de silencio y recogimiento interior, optar por un estilo de vida distinto del ritmo estresante que quiere imponer la sociedad actual, calibrar nuestras verdaderas necesidades y satisfacerlas con austeridad, compartir bienes, tiempo y experiencias con los demás, desarrollar hábitos de vida saludables que nos proporcionen energía y alegría o practicar técnicas como el ho´oponopono… ¡Son actos de Amor hacia uno mismo y hacia toda la Humanidad que coadyuvan a la transformación y expansión de la consciencia del género humano, la Madre Tierra y la Creación en su totalidad y Unidad!-.

Tras esta conversación, percibí de manera meridiana que la meta de interiorizar cuanto antes y en profundidad lo aprendido durante el encuentro de hadas jóvenes vibraba dentro de mí aún con más fuerza que fechas atrás.

Sin duda, los conocimientos acerca de los campos mórficos me habían ofrecido nuevas perspectivas.

Y tomé la decisión de pasar el mayor tiempo posible en mi habitación, para que la soledad y el aislamiento forjaran el marco idóneo en el que avanzar en tal interiorización.

La meditación, la música clásica, la lectura y la escritura se configuraron en los pilares de un recogimiento que sólo interrumpía para gozar de un largo paseo matinal por los alrededores del castillo, en los desayunos y comidas para compartir un rato de charla con mi anfitriona y Merlín y a la caída de la tarde, cuando Nimue me recogía para dar otro paseo, éste más corto, y cenar luego en su casa.

Fue así como pude vivenciar íntimamente todo lo que la Maestra de Hadas, sus maestras Auxiliares y, finalmente, Morgana, habían enseñando durante las sesiones del Tor.

Es muy difícil describir con palabras, máxime vertidas sobre un papel, lo que me fue sucediendo en el transcurso de los siguientes Dywrnad.

Mi primer empeño consistió en ejercitar a conciencia la Práctica del Ahora. Soy de naturaleza perseverante y apliqué este don para lograr que estar alerta en el momento presente se convirtiera en una experiencia constante y espontánea.

Cuando esto comenzó a ocurrir, me embargó una felicidad muy distinta, mucho más genuina, a cualquier estado o instante feliz que hubiera podido disfrutar anteriormente.

Sin embargo, no hubo tregua y, sin darme cuenta, me metí en una especie de montaña rusa en la que lo que daba bandazos era mi propio interior. Sus efectos traspasaron lo emocional, para materializarse físicamente, con mareos y arcadas.

Llegué a pensar que había enfermado.

Afortunadamente, el malestar no duró mucho y pronto empecé a percibir claramente, por una vía ajena a lo mental y radicalmente desconocida para mí hasta ahora, que yo mismo, mi Ser Profundo divino y eterno, es el espacio en el que surgen y se despliegan las formas cambiantes del momento presente.

Y de nuevo la felicidad fue la playa de blancas arenas y cielo azul a la que me arrastró esa tempestad.

Entonces, sólo entonces, las puertas del ho´oponopono, su hondo significado, se me abrieron de par en par.

Y en mi interior estalló una sensación de libertad y alegría sin límites y el convencimiento de que había asumido, sin interrogantes ni fisuras, el 100 por 100 de la responsabilidad de mi vida.

Se trató, por tanto, de una experiencia consciencial en cadena situada fuera de la razón, de los juegos de la mente y de los conocimientos teóricos.

No pude evitar compartirla con Nimue, la Reina de las Tempestades y Merlín. Y la respuesta de los tres, en conversaciones bis a bis, fue prácticamente la misma:

-Bien, Emilio. Ya estás preparado-.

-¿Preparado?, ¿para qué?-, reaccioné casi en tono de queja, pues daba por hecho que había llegado al final del camino iniciado en las jornadas del Tor.

-Ten paciencia, sigue usando la perseverancia y confía en la Providencia-, fue la contestación de los tres.

Debo reconocer que me inundó la frustración. Quería descansar en esa playa de arenas blancas que me proporcionaba tanta felicidad íntima.

Había cogido el timón de mi vida; y lo había hecho no desde el ego, sino desde mi Yo Verdadero. ¿Había más que lograr, otros objetivos a alcanzar?. ¡Imposible!, me decía.

No deseaba volver a navegar, ni que me asolaran nuevas sensaciones enfermizas. No obstante, quizá porque no tenía otro remedio, les hice caso. Tuve paciencia, fui perseverante.

Y llegó un momento en el que empecé a notar la necesidad de realizar cortos periodos de descanso a lo largo del Dywrnad, como si fueran pequeñas y numerosas siestas.

Un anochecer, en particular, sentí una intensa vibración entre el corazón y el ombligo, en el plexo solar, y una enorme necesidad de dormir. Entré en un sueño muy hondo, prolongado, reparador…

… Al despertarme ya había amanecido y, sencillamente, todo era distinto. Sí, ¡otra Realidad!. Seguía en Ávalon, físicamente continuaba siendo Emilio y mi habitación era como siempre; fuera de ella, la Naturaleza y el paisaje no habían cambiado; y la Humanidad, la Madre Tierra, la Luna, el Sol y el Cosmos entero permanecían inalterables. Sin embargo, ¡todo era diferente!.

Lo sentí con nitidez incluso antes de abrir los ojos. Y cuando empecé a despegar los parpados, lo hice en la completa consciencia de que contemplaba todo con ojos nuevos, que se había descorrido el velo y que tal hecho era absolutamente irreversible: nunca nada volvería a ser igual.

En esta ocasión no se trataba de un descubrimiento de tipo interior, como había vivenciado tras la excursión realizada con Merlín al Templo de la Roca de la que dejé constancia en otra Crónica.

Era algo de mucho más calado. Nada había cambiando y, sin embargo, yo mismo y el mundo se habían transformado, metamorfoseado.

En mi entorno, la paz fluía por doquier y casi la podía tocar con mis dedos. Y me noté lleno de Amor.

Es más, me desbordó la certeza de que Todo, sin excepción, es Amor y que la existencia –ya no la podía llamar “mía”- consiste en realizar lo que Es: Amor.

Me incorporé de la cama muy despacio. Ya en pie, por la ventana de mi cuarto, en el horizonte, al fondo, divisé el mar. En cada choque de cada ola podía oír algo. Jamás lo había escuchado.

Lentamente, dí unos pocos pasos de tanteo y viví por primera vez la experiencia, tan extraña como placentera, de moverme conscientemente por la Matriz Holográfica en la que los seres humanos pasamos nuestros días.

carrillo dos

Posteado por Oliver Mora.

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