Tiempo Para El Cambio DESPERTANDO Enrique Castillo Rincón, La Historia Verídica, De Un Hombre Contactado. Parte 7: “De Sorpresa En Sorpresa” ( Los Seres, En La Nave Madre )
-¿te sientes bien? ¿Has experimentado alguna sensación extraña?,- Inquiría Ciryl. Asentí con la cabeza.
-Solo te durará un minuto. Es el campo electromagnético que se ejerce sobre ésta nave.- dijo él.
Ciertamente, mi cuerpo sufrió una especie de vahído con extraña sensación, pero duro solo eso, un minuto.
Ya conocía el camino hacia la sala de la primera vez y por ellas nos dirigimos rápidamente. En el salón se encontraban las mismas “personas”, sabían de nuestra llegada y nos estaban esperando.
El dialogo se inicio de nuevo. Habían transcurrido unos diez minutos cuando se abrió la puerta corrediza. Hizo su aparición un extraño personaje de unos 60 cms de estatura.
Su cabeza muy grande y abultada, dejaba ver, la perfección, de las impresionantes rugosidades de su masa encefálica. En vez de cráneo, tenia en algunas partes algo parecido al cristal.
Sus ojos eran saltones Caminaba como autónoma, balanceando su cuerpo de un lado a otro.
Los hombros muy angostos, permitían la formación de una espalda en forma triangular, terminado en una cintura muy delgada.
Por primera vez, en un momento, dejo ver su espalda, y observé un extraño símbolo. Todos voltearon sus miradas, y durante un segundo reino el silencio.
Este extraño personaje salio por otra puerta y se perdió sin que me dieran alguna explicación.
Era una especie de robot pero con algunas características humanas. Creí entender que lo presentaron con el único propósito de que lo viera.
Volvimos a la conversación. Cabe agregar que no se me permitió apuntar ni una sola palabra, todo debía memorizarlo. Como la charla se prologaba continuamente tosía para aclarar mi garganta.
Ellos, con mucha curiosidad miraban a Ciryl y este me preguntó: -¿has sido operado de las amígdalas?
-si, me las sacaron en 1968.-dije. -no has debido permitirlo, Para la salud del cuerpo humano es imprescindible tenerlas completas.- dijo Ciryl.
Ya era demasiado tarde, para éste consejo. Me las habían extraído y nada podía hacerse.
Todos sonrieron, en especial Ciryl, que con la risa franca y espontánea debió haberle hecho gracia, mi operación de las amígdalas, Sus compañeros de viaje, con la sonrisa mas controlada, delataban también desconcierto.
En éste agradable intermedio, donde me sentí relajado y muy a mis anchas, oí una puerta que se abría. Fue una de las visiones más impresionantes de cuantas experimenté en la nave.
Dos mujeres entraron a la sala de conferencia. Recordé cuando en mi primer viaje pensé, en la posibilidad de que hubiesen representantes del sexo femenino, y “ellos”, leyendo mis pensamientos, respondieron afirmativamente.
Había llegado el momento de verlas. Su dorado cabello, servia de marco, a los rostros más bellos que yo haya visto en mi vida.
¡Cuanta envidia hubieran sentido Goya o Da Vinci! Altas como sus compañero de la Pléyades (quizás 1.75mts.) balanceaban sus esculturales cuerpos mientras caminaban.
Se acercaron a la mesa donde nos encontrábamos. Nadie se levantó, como si la caballerosidad no existiera entre ellos.
Una de ellas se volvió hacia mí y con una pronunciación bastante deficiente me habló, saludándome:
-Buenos dias, Enrique….- – Hermana, muy buenos días., ¿cómo esta usted?-Con su leve inclinación de cabeza comprendí la respuesta. Se apoyó en uno de los bordes de la mesa en donde se guardaban muestras.
Su expresión, muy humana y femenina, y balanceaba, una de su piernas, permitiéndome observar su muslo, bastante bien formado.
El traje ceñido no permitía ver la forma de su busto. Su compañera, algo apartada y de espaldas, a nosotros, mientras examinaba alguna cosa. Dejó ver su hermosa cabellera.
Lisa, muy lisa, hacía un extraño giro, para pasar, por una especie de trabilla, tipo militar sobre cada uno de los hombros, y caía con un entremedio hasta casi llegar a la cintura.
A decir verdad, era algo muy coqueto. Pude apreciar en sus ademanes un deseo profundo de agradar y ser amistosa.
Pensé que esa manera de obrar era algo propio de las mujeres de la Tierra. Pero aquellas astronautas de las pléyades me estaban demostrando lo contrario.
Permanecieron en la sala dos o tres minutos. Con una leve venia, desaparecieron por las puertas corredizas.
Oliver Mora.
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