domingo, 28 de julio de 2013
Hay que ser valiente y romper, por Francisco de Sales
Puente hacia la luz
Una de las cosas que más asustan en el Camino es el momento de las rupturas. De cualquier tipo de ruptura.
Uno está tan acostumbrado a ser de cierta manera, la que sea, incluso aunque no le satisfaga del todo, que le cuesta un trabajo enorme ser de otro modo distinto, rediseñar las actuaciones habituales, pensar de otra manera diferente, abandonar, cambiar, eliminar, romper y tirar…Romper y tirar… algo aparentemente sencillo se convierte en un gran obstáculo.
Renunciar a lo que uno ha sido, aunque haya causado mucho dolor y pocas satisfacciones, resulta muy difícil.
Aparentemente, uno no puede descargarse del pasado, no puede olvidar lo malo, no puede deshacerse de sus rutinas… sólo aparentemente.
Y todo sucederá así hasta que un día se comprenda esta verdad: QUE LA MAYOR ALEGRÍA PUEDE VENIR DEL HECHO DE COMPROBAR QUE, CUANDO PARECE QUE SE HA PERDIDO TODO, NO SE HA PERDIDO NADA MÁS QUE LAS ATADURAS QUE LE TENÍAN UNIDO A UNA SITUACIÓN DE SUFRIMIENTO.
Nunca se puede perder todo, porque siempre queda, por lo menos, el espacio vacío para poderlo llenar con algo nuevo.
Nunca se puede perder algo, porque hay que saber que “algo” no nos pertenece ni nos ha pertenecido nunca: simplemente se usaba.
Lo dice claramente Buda: “Estos son mis hijos, mi casa, mi tierra… ésas son las palabras de un necio que no entiende que ni él mismo es suyo”.
Rupturas… romper es partir o destrozar algo, con mayor o menor violencia.
Por eso, si pienso en romper con algo de mi actualidad, pienso que va a haber violencia en alguna medida y, sobre todo –aunque es un error-, que me voy a separar de lo conocido para encontrarme con algo que no sé lo que es, y por ese temor tan habitual a lo desconocido, me opongo.
Asocio ruptura con violencia, y me equivoco si pretendo plantearla de esa forma.
Todo lo nuevo que quiero cuando me plantee una ruptura, se ha de realizar con muchísimo amor.
No hay una guerra dentro de mí, ni tengo ningún interés en propiciarla.
Estoy intentando descubrirme para amarme, pero no descubrir más motivos para seguir castigándome.
Por tanto, iniciar lo que se entiende por ruptura, que es terminar con una situación para empezar con otra, no se ha de hacer con violencia física, ni mental, ni emocional.
Se puede hacer pero viéndolo con otros ojos o llamándolo de otra forma.
Por ejemplo, si hay algo en mi actualidad que no me gusta, (que no me gusta a mí, sinceramente, no “que no le gusta a la sociedad y que lo tengo que hacer porque ellos lo digan”) voy a llamarlo “desapegarme de eso que ya sé que no me gusta, para remplazarlo por lo que sí quiero”.
Otras personas lo quieren hacer de otro modo menos amoroso, pero tampoco saben cómo hacerlo, y entonces les suele pasar que lo aplazan hasta otro momento que no llega nunca.
Y ocurre que, a veces, es necesario que las cosas salgan tan mal, que uno se sienta tan desolado y hundido, tan en el fondo, que ya no se pueda soportar más y la ruptura sea, no ya la mejor decisión, sino la única, y, cuando no se hace de un modo reflexionado serenamente, sólo de esa rabia consigo mismo puede nacer la fuerza que le empuje hacia delante.
Otras personas consideran, muy acertadamente, que no es necesario que sea traumático, sino que puede permitir que una forma se vaya diluyendo al mismo tiempo que la nueva forma va entrando, también poco a poco, para instalarse sin problemas.
Desde que se reconoce que una forma ya no es útil ni deseada, empieza a morir, empieza a no ser, y deja un sitio para ser ocupado con otra forma, ésta sí, querida y aceptada.
No hay prisa en el Camino porque puede suceder que, debido a la velocidad, uno se tropiece y caiga, y luego necesite mucho tiempo para recuperarse y empezar a andar otra vez. Todas las cosas, y todas las personas, tienen un ritmo y hay que respetarlo.
Una de las excusas que aparece para aplazar las rupturas, es la resignación.
Mientras quede algo de resignación, mientras se encuentren disculpas del tipo de “será mi destino…”, “será castigo de Dios…”, “será que habré hecho algo malo en otra vida…”, no se gozará la grandiosidad de la libertad para romper y empezar de nuevo.
Mientras se acepte la situación, no se hará el cambio, pero si hay una mínima rebeldía, una doliente insatisfacción, ya es innegable la necesidad de una ruptura, y esa necesidad no callará en su obligación de recordarlo hasta que se haya efectuado.
Otra excusa que se encuentra es el miedo.
Pero miedo, ¿a qué?… habrá que buscar a quién se le quiere echar la culpa de la indecisión, y habrá que ver cómo se le llama, para ser sincero, y averiguar la mentira que se esconde detrás.
Después aparecerán otras de las inagotables excusas del yo pequeño… miedo a no herir a terceros (¡es peor herirse a uno mismo!), auto-culpa de que eso es lo que uno se merece (¡un hijo de Dios tiene más derechos!), “ahora no tengo suficientes fuerzas…” (¡Esto hay que hacerlo sin esfuerzo!)
¿Qué es lo peor que puede pasar en la ruptura? (Ruptura con lo que sea, por supuesto)
Deja tiempo para responder esta pregunta, no tengas prisa por seguir. El resto del artículo te esperará. ¿Qué es lo peor que me puede pasar en la ruptura?
¿Y qué es lo mejor?
Que nazca un yo nuevo… que empiece a ser yo mismo… que empiece a mandar en mi vida… que sea el que tantas veces he deseado…
Amor, atención, y a por ello. Te dejo con tus reflexiones.
(Francisco de Sales, es el creador de la web www.buscandome.es, para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento y el Desarrollo Personal)
Hay que ser valiente y romper, por Francisco de Sales
GHB - Informacion difundida por http://hermandadblanca.org/
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