Hay un grupo de economistas, especialmente los no ligados al “establishment”, los que no trabajan para bancos, ni para empresas, ni para gestoras de fondos, básicamente algunos de los que enseñan en la universidad o los que trabajan por su cuenta, que defienden desde hace tiempo que España no podrá hacer frente a sus deudas. Especialmente a la privada, que está conformada fundamentalmente por deuda bancaria. Desde hace poco, también dicen que el Estado no podrá hacer frente a sus compromisos por culpa de la ingente carga de intereses que pesan sobre la deuda pública. En otras palabras: España estaría abocada a hacer un “default”. Y sería una buena noticia.
En las últimas horas, desde que los países del club europeo de la “AAA” (Alemania, Holanda y Finlandia) se negaran a cumplir con el calendario previsto para la creación de la unión bancaria y, por tanto, para la recapitalización directa del sector financiero español, la probabilidad de un impago de España ha aumentado drásticamente. ¿Cómo podrá el Estado asumir la ingente deuda del sector financiero? Porque ha sido esto y no las manifestaciones ante el Congreso de los Diputados, ni el rescate andaluz, ni las elecciones en Cataluña, lo que ha disparado la prima de riesgo y ha provocado fuertes descensos en el Ibex y en otros índices europeos. El problema de España es la deuda bancaria. Para asumirla es para lo que se mete otra vez la tijera hoy en los presupuestos. Y también para pagar los intereses de la deuda pública. Porque el segundo problema, no hay que obviarlo, son esos rendimientos, artificialmente engordados por la rapiña de los acreedores. A río revuelto, ganancia de pescadores.
Lo que sorprende del grupo heterodoxo de economistas, entre los que hay nombres como el del catedrático de la Universidad de Sevilla Juan Torres López, el ex rector de la Universidad Complutense de Madrid Carlos Berzosa, o el profesor del IEB Alejandro Inurrieta, no es sólo su diagnóstico de la situación y que se resume en la frase “España no podrá pagar sus deudas”. Lo más importante y verdaderamente transgresor es el modo en el que desdramatizan esa posibilidad real y liberadora.
El problema, dicen, no es económico, sino político. El Gobierno debe convencerse de que parte de la deuda que hoy pesa sobre nuestros hombros es ilegítima: una parte de ella responde a la usura de los prestamistas; otra, a la irresponsabilidad de la gestión de agentes privados (y también de responsables políticos, o de empresarios metidos a gestores de lo público en pos de sus propios intereses: hablamos de las cajas de ahorros). No estaría mal realizar una auditoría de la deuda, como alguna vez se ha pedido en Grecia.
El Ejecutivo, una vez realizada esa auditoría, debería comenzar a negociar con los acreedores. Éstos, no hay duda, tendrían que sentarse a negociar. Y aceptarían las condiciones una vez negociadas. No habría otro remedio.
Pero no es una tarea fácil. Harían falta más condiciones además de un Gobierno concienciado por liberar a su pueblo de la esclavitud de la deuda. El propio pueblo también debería estar concienciado y respaldar a su Gobierno en esta decisión. Y debe ser fuerte. Porque lloverán piedras.
El gran freno a esta opción es pertenecer a la Unión Europea, lo que implica no contar con soberanía monetaria que supla la financiación externa con financiación propia, como ocurre en países como EE.UU., sin ir más lejos. Ser miembro de la Unión Europeaimplica, además, tener unos socios que velan más porque cobren sus acreedores privados que porque la Unión siga siendo (precariamente) democrática. Y nos estamos refiriendo, concretamente, a Alemania. Y se piensan que con recortes se aseguran cobrar.
Lo que sí nos aseguramos con estos recortes, sobre todo con el modo en que se están haciendo, es un brutal y, quizás, irreversible deterioro democrático. La deuda es la mayor esclavitud, porque los acreedores, ante un deudor acobardado, se convierten en dueños y señores. Por eso, estos economistas, en un foro en el que compartieron mesa, coincidieron en que “quitarse la deuda del medio es la única vía para que el pueblo vuelva a empoderarse”.
Carlos Berzosa hizo una recomendación que me apunté. Dijo que para entender de verdad las consecuencias de la deuda odiosa hay que leer, en lugar de sesudos manuales de Economía, una novelita de Gabriel García Márquez, “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada”. Aún no la he leído. La dejo para cuando termine “La conquista del aire”, de Belén Gopegui, que también habla de préstamos, de esos que te piden los amigos y das a regañadientes, para no quedar mal, pero luego te arrepientes. ¿Les suena?
Fuente: Finanzas
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