Podríamos representar a la conciencia como un gran espejo de agua en calma. No hay nada que rompa la armonía y nitidez con la que el líquido refleja la luz que se proyecta sobre ella. Pero de pronto un objeto cae, y lo que antes no mostraba diferencias, ahora se divide en múltiples formas que generan movimientos. Más nítidos y fuertes cuanto más cerca del objeto y más débiles y difusos a medida que se alejan. El objeto que interrumpe la quietud del agua es el pensamiento real.
Si bien este pensar viene a irrumpir la calma, también señala la única posibilidad que tiene la conciencia de observarse a sí misma. Pero, ¿cuál es la necesidad de que esto ocurra?
Antes que nada deberemos reconocer como condición necesaria y anterior, la existencia de una “conciencia”. Sin el soporte de ella no es posible que aparezca el pensamiento.
Para seguir con la analogía del espejo de agua, la conciencia generará la atracción necesaria para que arribe el pensar, que con un “choque”, la “despertara” en múltiples formas. Como una piedra cuando cae en el agua.
La atracción gravitacional de la conciencia provoca la llegada abrupta del pensamiento, “la caída”, que la hace consciente de sí misma. Al igual que la atracción de la tierra cuando hace que la piedra caiga y trasforme en movimiento la calma superficie del agua.
Se deduce que para que surja el pensamiento real la fuerza gravitacional de la conciencia debería traspasar un umbral determinado y necesario para que esto ocurra. De no ser así, si no se llegase a disponer del “peso” requerido, este se mantendrá latente, dormido, esperando nacer dentro de la conciencia indiferenciada.
No habrá nada que altere la quietud. El espejo de agua seguirá nítido, reflejando la luz intensa.
No habrá nada que altere la quietud. El espejo de agua seguirá nítido, reflejando la luz intensa.
¿Qué es lo que aumenta la fuerza gravitatoria de la conciencia?
La voluntad de ser consciente de sí misma.
Pero, ¿Qué es la voluntad?
Primero deberíamos saber que hay una diferencia entre el pensamiento que provoca la consciencia de sí (real), el que al “caer” sobre la conciencia rompe la unidad generando múltiples formas. Y el que es generado como el efecto de dicha caída.
El primero no es el efecto o el impulso de una energía anterior, sino que es el surgimiento de una fuerza original provocada por la atracción gravitatoria de la conciencia pura.
Esta deberá ser penetrada por dicho pensamiento. De la misma manera que el óvulo necesita ser penetrado por el espermatozoide; atrayéndolo, para que al traspasar la membrana con éxito (ruptura de la homeostasis) pueda generar el cigoto.
El pensamiento real concibe junto a la conciencia el nacimiento de la idea de Dios. El pensamiento creativo. El elixir del Hombre Nuevo.
Esta deberá ser penetrada por dicho pensamiento. De la misma manera que el óvulo necesita ser penetrado por el espermatozoide; atrayéndolo, para que al traspasar la membrana con éxito (ruptura de la homeostasis) pueda generar el cigoto.
El pensamiento real concibe junto a la conciencia el nacimiento de la idea de Dios. El pensamiento creativo. El elixir del Hombre Nuevo.
El segundo es un subproducto del pensamiento excepcional. Un material de “desecho” que transcurre a la deriva. Impulsado por la fuerza del pensamiento original que lo generó en la ruptura, o primer choque, sobre la calma de la conciencia.
Este pensar no tiene motivo ni rumbo. Sólo existe mientras que la energía del pensamiento real lo empuja. Y se desplaza según sea la dirección de los impulsos que va encontrando en el camino (ley de causa/efecto).
Pierde de a poco la inercia. Finalmente se disfuma dentro del mar de la conciencia.
Así, al igual que los círculos que se producen en el agua por la caída de la piedra. Los que se van alejando hasta desaparecer en la superficie del líquido.
Cerrando un proceso que se volverá abrir con el surgimiento de un nuevo pensamiento original (la caída de la piedra).
Pierde de a poco la inercia. Finalmente se disfuma dentro del mar de la conciencia.
Así, al igual que los círculos que se producen en el agua por la caída de la piedra. Los que se van alejando hasta desaparecer en la superficie del líquido.
Cerrando un proceso que se volverá abrir con el surgimiento de un nuevo pensamiento original (la caída de la piedra).
De estos pensamientos no puede nacer la voluntad, dado que no son reales. Son energía disipada. Luces de artificio. Que se desprenden del golpe original que el pensamiento excepcional (real) le imprime a la conciencia cuando ésta logra el peso necesario para poder atraerlo (cristalización).
La mayoría de nuestros pensamientos (yoes) son efectos. Provocados por la percepción de estímulos. Que a su vez son respuestas de causas anteriores. Y así hacia atrás, hasta llegar al “choque” original que despertó la conciencia. Ese golpe primario es el pensamiento real, el único capaz de crear.
Vivimos alimentando pensamientos residuales con emociones. En un intento desesperado por otorgarles una realidad que jamás tendrán.
Cada vez que nos surge un pensamiento único (real) tenemos una nueva oportunidad para tomar consciencia de sí mismos. Alojándonos con fuerza en la única condición real: la ser testigos.
Cada vez que nos surge un pensamiento único (real) tenemos una nueva oportunidad para tomar consciencia de sí mismos. Alojándonos con fuerza en la única condición real: la ser testigos.
Poseemos un pensamiento neutro y reactivo. Heredero de un linaje Real, pero sin la posibilidad de reconstruir el camino de regreso.
Este tipo de pensamiento no puede obtener registros propios. Sólo es una reacción. Y como tal, no es capaz de “observar por sí mismo”. Por lo que no toma consciencia de la necesidad (polo negativo). Que finalmente será el motivo por el cual la voluntad (polo positivo) surgirá como respuesta. Sin el registro de la necesidad es imposible que nazca la verdadera voluntad de ser.
El pensamiento reactivo es automático, y por lo mismo que un motor no puede registrar la ausencia de combustible apagándose si desde afuera no se le suministra el diesel, el pensamiento reactivo no puede tomar consciencia de sí por sí mismo, por lo que no logrará rectificar conductas para modificar rumbos (creatividad).
Siempre se conduce con la dirección del impulso original, heredando un contexto circunstancial acorde a dicho impulso, hasta que se diluye.
En este caso quien ha sido amado podrá amar, movido por la energía residual de dicho amor. Quien haya sido víctima del desamor se verá negado a amar, movido en cambio, por la energía residual de la indiferencia.
La única posibilidad de salir de este círculo recurrente es la voluntad real del pensamiento excepcional. Pero la ausencia de voluntad propia es la característica del hombre autómata, a quien se le predestinará el camino.
Siempre se conduce con la dirección del impulso original, heredando un contexto circunstancial acorde a dicho impulso, hasta que se diluye.
En este caso quien ha sido amado podrá amar, movido por la energía residual de dicho amor. Quien haya sido víctima del desamor se verá negado a amar, movido en cambio, por la energía residual de la indiferencia.
La única posibilidad de salir de este círculo recurrente es la voluntad real del pensamiento excepcional. Pero la ausencia de voluntad propia es la característica del hombre autómata, a quien se le predestinará el camino.
La voluntad es una fuerza positiva que aparece en respuesta al registro de la necesidad. Por lo que sólo puede existir dentro de la esfera del pensamiento real.
Si no se ve la falta no es posible desarrollar la voluntad de resolver el error.
La voluntad es el pensamiento en acción, para cubrir una necesidad que previamente el pensamiento excepcional ha auto-observado como carencia.
En La Ciudad de Dios la fuerza gravitacional de la conciencia es tan poderosa que atrae sobre si el pensamiento mismo del Padre creador. Que es la voluntad Divina.
Fuente: Lastinieblasdelamente
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