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miércoles, 20 de febrero de 2013

YO VISITÉ GANIMEDES, Parte 7: Cómo Es Ganímedes, José Rosciano Holder


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Para comprender mejor el ambiente que rodea a esa humanidad, es necesario conocer las condiciones reinantes en la familia de astros que forman el grupo joviano, como se denomina en astronomía al conjunto planetario integrado por Júpiter y sus doce satélites.

Ya se dijo, anteriormente, que ese gigantesco planeta representaba, hasta cierto punto, un sistema planetario menor, dentro de la familia de astros que integral, nuestro sistema solar.

Y las enormes dimensiones jupiterianas, así como la gran distancia que lo separa del Sol, dan lugar a características especiales que diferencian, bastante, a ese grupo de mundos, si lo comparamos con la Tierra y los otros tres planetas interiores que conforman la serie llamada, también de “planetas terrestres”, o sea a los cuatro cuerpos celestes más cercanos al Sol que giran en órbitas interiores con respecto a la zona de los asteroides, y que son: Mercurio, Venus, Tierra y Marte, además de sus respectivos satélites.

Júpiter recorre su órbita en torno al Sol en un lapso de casi doce años de los nuestros.

La distancia que lo separa del astro rey de nuestro sistema solar es de 778 millones de kilómetros y su diámetro se calcula en 143,000 kilómetros, lo que hace que tan gigantesco planeta sea más de ciento veinte veces mayor que la superficie de la Tierra.

Está rodeado por una espesa capa de nubes, de muchos miles de kilómetros de espesor, con temperaturas promedias de 110° centígrados bajo cero, que ofrecen el aspecto de franjas paralelas, claras y obscuras, que constituyen la característica más notable del astro, entre las cuales se ha venido observando en el último siglo una extensa mancha roja de unos 40,000 kilómetros de largo que parece desplazarse en torno al planeta y cuyo origen es todavía desconocido por nosotros.

Recientes observaciones han llegado a establecer que tras de esa compacta masa de nubes existe una superficie sólida que acusa altas temperaturas, hasta 330° centígrados, lo cual hace pensar en una intensa actividad volcánica y en la imposibilidad de la existencia de un tipo de vida orgánica y biológicamente considerada como la nuestra.

Ya hemos dicho que Júpiter posee un sistema de doce satélites, de los cuales ocho no tienen mayor importancia, por ser tan pequeños que podría desconsiderares como simples asteroides.

Pero los otros cuatro, entre los que figura Ganímedes, y que fueran descubiertos y clasificados por Galileo desde 1610, son ya de dimensiones apreciables.

El orden en que giran en tomo al gigantesco planeta es: Io, el más cercano, con un diámetro de 3735 kilómetros; Europa, con 3.150 Km. de diámetro; Ganímedes, con 5.150 Km. de diámetro; y Calisto, con 5.180 Km. de diámetro.

Se ve, por tanto, que Ganímedes es notablemente más grande que el planeta Mercurio.

Ganímedes se encuentra a diez millones 70,000 Km. de distancia de Júpiter, girando en una órbita circular en torno a éste equivalente a 7 días, 3 horas, 42 minutos y 32 segundos de los nuestros, por cuanto las medidas del tiempo allá difieren mucho de las nuestras por razones obvias.

Además, en aquel satélite joviano, cuya rotación sobre sí mismo se efectúa en un eje perpendicular a su órbita, presentando siempre la misma cara al planeta, no existe el día y la noche como en la Tierra.

Esto se debe a que recibe luz de dos fuentes: por un lado la recibe del Sol, que aún cuando sea en menor intensidad que nosotros por la mayor distancia, llega todavía con suficiente volumen de luz y calor, energías vitales que son acrecentadas por sus sabios habitantes como lo veremos más adelante.

Y por el otro lado recibe la luz reflejada por Júpiter, como si fuera un gigantesco espejo, que desde Ganímedes se ve cual una monstruosa pelota luminosa, achatada y con franjas.

De tal manera, lo que nosotros conocemos como “día” dura allá casi cuatro de los días nuestros; y lo que llamamos “noche”, que en ese astro es el tiempo empleado en recorrer el cono de sombra proyectada por Júpiter, o sea la parte posterior del planeta con respecto al Sol, es el saldo del período en que realiza su revolución completa según lo indicado más arriba.

Este lapso de obscuridad, de casi tres días y medio de los nuestros, transcurre dentro de un régimen de iluminación artificial de todas las zonas pobladas, como veremos según vayamos avanzando.

Por todo lo que acabamos de exponer, vemos que Ganímedes es, realmente, un mundo de contrastes muy marcados; hasta cierto punto, un mundo paradójico, en el cual se encuentra condiciones ambientales tan opuestas, fenómenos naturales tan antagónicos, en medio de una naturaleza tan agreste, que bien cabría decir que se trata de un mundo cuya naturaleza, violenta y explosiva, fue dominada por la inteligencia del hombre, al transformar lo negativo en positivo, lo absurdo en lógico, lo violento en dócil…

Un mundo que nos prueba cómo es posible utilizar hasta las más adversas condiciones de existencia, cuando se cuenta con la sabiduría y el poder necesarios para ello.

En la primera parte se dijo que mi amigo había encontrado “un mundo de extraña belleza”. Ahora trataremos de explicar el alcance y profundidad de esa expresión.

Una visión panorámica del astro, que nos permitiese abarcarlo de cerca en todos sus detalles, nos mostraría el mapa de una superficie profundamente accidentada.

Una topografía bastante parecida a la que nos mostraran algunas regiones montañosas de la Tierra tales como las imponentes moles de la Cordillera de los Himalayas.

La superficie de Ganímedes está formada por una serie ininterrumpida de grandes cordilleras que se entrelazan, en todas direcciones, elevando a considerables alturas sus majestuosos picos eternamente cubiertos por espesos mantos de nieve y hielo.

Ese blanco y helado ropaje se extiende por doquier, a través de la abrupta maraña de aquel mosaico orogénico formado por la tremenda actividad volcánica del astro.

Pero, en medio de ese gélido conjunto de montañas, con su extenso sistema de glaciares y ventisqueros, notamos, ya, la abigarrada presencia de numerosos y profundos valles en los que la policromía del paisaje va desde los diferentes matices del verde, con azules y anaranjados tonos, producto de la vegetación y de fa actividad vital de sus pobladores, hasta los rutilantes destellos que las concentraciones urbanas, todas de aspecto metálico, proyectan hacia la altura, como si fueran las múltiples facetas de un formidable joyero de gigantescos diamantes.

La vida en Ganímedes se extiende a través de ese mosaico de profundos valles, enclavado entre las redes de aquel enjambre de sólidas montañas, entre muchas de cuyas nevadas cumbres se distinguen los penachos vaporosos de múltiples volcanes.

Para los hombres de la Tierra, un mundo con tal proliferación volcánica resultaría catastrófico o, por lo menos, terrorífico. En cambio, para los habitantes de ese gran satélite de Júpiter, es una bendición.

Esa raza de superhombres ha sabido aprovechar al máximo todos los recursos naturales, y ha dominado de tal manera las fuerzas y energías enceradas en su astro, que la asombrosa cantidad de volcanes diseminada sobre toda la superficie ganimediana, representan, en realidad, otras tantas gigantescas centrales de fuerza, en las que se controla, se regula su funcionamiento, y se utiliza en diferentes formas todos los elementos físicos y químicos que en ellas intervienen convirtiendo así cada volcán en un centro productor de cuantiosos beneficios para la comunidad que lo trabaja y lo domina.

No extrañará, por tanto, saber que buen número de ellos fueron “construidos” o “fabricados” (valga la expresión) artificialmente desde hace muchos siglos.

Una de las principales y más inmediatas ventajas que reportan a esa humanidad, es el aprovechamiento permanente de agua para las poblaciones.

Esto, a primera vista, parece absurdo, Sin embargo, no lo es. Debemos tener en cuenta lo ya explicado con respecto a las bajísimas temperaturas reinantes en su atmósfera. Por tales temperaturas no existen océanos o mares, ni grandes ríos, en Ganímedes.

Todas las grandes extensiones de terreno, por lo general montañoso, están cubiertas por el manto de hielo a que nos referimos antes, capa helada que en muchos lugares alcanza varios kilómetros de espesor.

Si no fuera por la intensa actividad volcánica manifestada en toda la superficie del astro no hubieran podido subsistir allá los seres que lo pueblan.

Desde los tiempos más remotos, cuando colonizaron (permítasenos usar esta palabra) ese cuerpo celeste, en las postrimerías de la vida en su planeta de origen.

Su primera preocupación y las primeras labores realizadas fueron las de transformar los volcanes en centrales de fuerza y aprovechar las enorme cantidades de energía térmica fin ellos encerrada, para asegurar temperaturas saludables y agua corriente en el fondo de los profundos valles a que ya nos hemos referido.

Por eso, uno de los contrastes más notables que asombran al visitante, es la proliferación de tantas y tantas bocas de fuego en medio de aquel helado conjunto de altísimas montañas, volcanes que no son otra cosa que gigantescas chimeneas de los formidables usinas creadas por esa raza de superhombres, en las entrañas rocosas de su pasmoso mundo…

Con el correr del tiempo, fueron conquistando y dominando toda la naturaleza del astro.

Según la tradición narrada a mi amigo, cuando llegó el momento de abandonar, en masa, el “Planeta Amarillo”, por la proximidad de su inminente destrucción, ya habían sido transformados muchos valles de Ganímedes en verdaderos lugares habitables.

Fue obra de siglos. Pero esa raza formidable pudo conocer, con gran antelación, el cataclismo cósmico que se avecinaba, y trasladar a tiempo a sus habitantes, instalándose en el nuevo mundo que hoy habitan.

Tenemos que recordar que tal migración tuvo lugar hace más de diez mil años.

En tan largo período de tiempo, continuaron desarrollando y adaptando su nueva morada, hasta alcanzar los maravillosos resultados que ahora comprueba nuestro amigo al llegar, por vez primera, a ese lejano satélite de Júpiter.

Se ha dicho que el agua y la temperatura ambiental en esos valles, donde se concentran los poblados, provienen del trabajo efectuado por cada una de esa, bocas volcánicas.

Dentro de nuestro modo de pensar, según lo que conocemos en la Tierra, puede resultar algo difícil de entender.

Tenemos que hacer un esfuerzo de imaginación para comprenderlo.

Pero si partimos de la premisa de que los hombres de Ganímedes alcanzaron el conocimiento y el poder sobre la naturaleza, desde hace más de diez mil años, no nos será imposible pensar que poseen los medios, los sistemas y los equipos necesarios para llegar a dominar hasta las fuerzas interiores de un planeta, aprovechando esas fuerzas y todos los elementos que las generan, en la diversidad de fines que se propongan conseguir.

Por eso es que vemos, al llegar a cualquiera de sus valles, una vegetación lozana y abundante, cultivada con los más avanzados conocimientos de una ciencia y una técnica muy superiores a las nuestras, y regada con un sistema de canales que distribuye las aguas de grande reservorios, verdaderos lagos artificiales, mantenidos por las cristalinas vertientes que bajan por las laderas de cada volcán.

Estos arroyos y pequeños torrentes son el fruto del deshielo constante producido por las altas temperaturas generadas en el fondo subterráneo y en las masas ígneas de cada uno, gran parte de cuya energía térmica es aplicada a través de una red de túneles, a la parte inferior de las espejas costras de hielo que envuelven las cumbres.

Es un proceso permanente de producción y recuperación del líquido elemento.

Proceso que, como todo en Ganímedes, es regulado y controlado electrónicamente.

Los niveles de los grandes reservorios no pueden pasar de ciertos límites, y su multiplicación con respecto a la multitud de valles, asegura la amplitud de superficies de evaporación necesarias para la recuperación, lo que se mantiene dentro de límites perfectamente calculados, que aseguran el constante abastecimiento de agua pura en todo ese mundo.

Otro de los aspectos curiosos y de marcada diferencia con la Tierra, es la ausencia absoluta de fauna en Ganímedes.

Allá no hay animales… Sólo existen los reinos mineral, vegetal y humano, o superhumano.

Esto fue explicado a nuestro amigo atribuyéndolo a las primitivas condiciones ambientales de ese astro, que no permitieron la vida animal antes de la llegada a él de sus actuales habitantes.

Y estos no consideraron necesario ni prudente, llevar consigo animales, calculando las posibilidades de existencia de las primeras “colonias” en ese nuevo mundo que estaban adaptando a sus propias exigencias de vida.

La flora, o reino vegetal, fue trasplantada, conduciendo desde su planeta de origen, todas las especies que estimaron conveniente aclimatar y propagar en la nueva morada en que habrían de quedarse.

Tal proceder, también, influyó posteriormente en una serie de modificaciones y diferencias con la vida en la Tierra.

Entre nosotros, acá, parecería imposible nuestra existencia, sin las numerosas especies zoológicas, muchas de las cuales forman parte de nuestro diario programa de vida.

Los animales constituyen, para la humanidad terrestre, eslabones vitales en infinidad de aspectos.

Pero los hombres de Ganímedes, desde hace milenios, han sabido acomodarse para que no les hicieran falta, en forma alguna.

Y en este aspecto han llegado a tales extremos, o mejor dicho adelantos, como la supresión absoluta de los microorganismos generadores de la mayor parte de nuestras enfermedades.

Esta interesantísima faceta de su civilización, o sea la conservación de la salud, y también el secreto de la longevidad, lo trataremos de manera especial en el próximo capitulo.

Muchos pensarán que en un mundo con tal cantidad de volcanes, la atmósfera estaría envenenada por los gases; que las continuas emanaciones deletéreas la harían irrespirable.

Esto sería lógico y posible en nuestro planeta con su actual humanidad.

Pero en Ganímedes es otro problema resucito satisfactoriamente desde antaño.

Se ha dicho, y se repite ahora, que el dominio de la actividad volcánica y el aprovechamiento de todas las fuerzas y de todos los elementos que en ella intervienen, son absolutos en esa civilización.

Los productos gaseosos de tal actividad, que entre nosotros escapan libremente a nuestra atmósfera, son absorbidos por un amplio y poderoso sistema, que, cual enmarañada red subterránea de ventilación y drenaje, va retirando, a diferentes niveles, en el corazón de la montaña, los productos sólidos, como lavas y cenizas, de los gaseosos; estos son tratados por medios mecánicos y químicos en grandes instalaciones, también subterráneas, en las cuales se aprovecha, íntegramente, todas las substancias, sean éstas sólidas, líquidas o gaseosas.

De tal suerte, lo único que escapa de los cráteres es vapor de agua que al condensarse por las bajas temperaturas reinantes en las cumbres, cae sobre éstas en forma de copos de nieve.

Y en cuanto a las materias primas que así se obtienen, son transformadas en innumerables subproductos que aprovechan, después, las industrias manufactureras, junto con los derivados obtenidos en la conversión de los gases, dentro del mismo proceso químico.

En cuanto a las fuerzas telúricas y sísmicas generadas por una actividad volcánica de tal magnitud, en el próximo capítulo veremos cómo han sido dominadas, igualmente, por aquella asombrosa raza de super sabios.

Posteado por Oliver Mora.

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