España se encuentra al borde del abismo, sintiendo ya el vértigo del fracaso, y los españoles, las víctimas, culpan a los políticos del desastre. Nos han mentido, nos han engañado y no han sido capaces de solucionar los problemas. Ninguno de ellos ha pedido perdón, ni han pagado con prisión sus engaños, corrupciones y estragos causados.
El pueblo, ya sin esperanza, piensa claramente en cambiar un sistema que considera injusto, ineficiente y opresor. Ciudadanos y políticos ya están enfrentados, luchando por el futuro.
El pueblo, ya sin esperanza, piensa claramente en cambiar un sistema que considera injusto, ineficiente y opresor. Ciudadanos y políticos ya están enfrentados, luchando por el futuro.
La crisis económica y el desprestigio de lo público están consiguiendo que el ciudadano se sienta abandonado y piense que ni los políticos, ni los periodistas, ni los jueces, ni los gobernantes en general, incapaces de solucionar los problemas, sirven para nada. La sociedad, desamparada y frustrada ante el fracaso del liderazgo, avanza con pie firme hacia formas de autogestión cada día más amplias y complejas, que prescinden de lo oficial y se refugian en un mundo semiclandestino de trabajo negro sin facturas, de trueques, de crítica feroz a los poderes que han fracasado y de consumo de información alternativa y libre.
Los ciudadanos cada día creen menos en lo público y están tejiendo una red que poco a poco se autorregula, un milagro de autogestión que se expande a partir de una gran pregunta: ¿para que coño sirven tantos enchufados y parásitos travestidos de los “padres de la patria”?
Muchos ciudadanos, ante el fracaso de los gobernantes, el avance de la pobreza, el imperio de la injusticia y el implacable aumento de los impuestos, empiezan a comprender que ni periódicos, ni políticos son representantes de nada. Las tendencias y opiniones se forjan dentro de la red, sin que nadie las dirija. Cada día es más evidente que los grandes poderes han dejado de controlar la opinión pública, algo que lograron en las últimas décadas gracias a la prostitución de los medios de comunicación, que abandonaron el servicio democrático a los ciudadanos con la verdad para entregarse al dinero y a las concesiones de los poderosos.
Los grandes medios de comunicación apenas informan del avance de la autogestión en España, cuya principal manifestación es una economía sumergida cada día más fuerte y subterránea, aunque si refleja, como simples curiosidades, algunos nuevos rasgos de la sociedad, como el auge del trueque,el creciente protagonismo de ONGs despolitizadas como Cáritas, el crecimiento de las bolsas comunes, la ayuda social comunitaria a los necesitados y otras muchas actuaciones de la sociedad cuyo denominador común es que se realizan al margen de cualquier autoridad gubernamental y que huyen de los políticos como si fueran diablos, por razones de salud y supervivencia.
El avance de la autogestión asusta enormemente al poder, que no sabe ya cómo dominar las tendencias y opiniones de la sociedad. Las redes sociales e Internet tienen ya más fuerza que los medios de comunicación a la hora de forjar los grandes criterios y opiniones, algo que causa inseguridad y pánico entre los poderosos.
La mentira tiene cada vez menor recorrido y las soflamas y consignas duran lo que duren las “40 primeras opiniones publicadas”. Si no convences, si no hay seguimiento, te hundes en pocas horas. La sensación de algunos poderosos habituados al dominio es desoladora. Se sienten todavía poderosos, pero cada día descubren con más claridad que también están muertos.
La frustración ante el mundo oficial es el motor de la autogestión que avanza y genera libertad. El nuevo mundo, autogestionado por el ciudadano sin más autoridad que su conciencia y libre albedrío, avanza desde el convencimiento de que toda ese ejército de padres de la patria no es otra cosa que una legión de aprovechados que hace mucho tiempo que olvidó sus deberes y razón de existir, sobre todo su obligación de servicio al bien común, para transformarse en una tropa de depredadores, generalmente enferma de avaricia, corrupción y arbitrariedad.
Es como si el ciudadano hubiera descubierto de pronto que estaba siendo gobernado por canallas y que sólo él puede solucionar los dramas que le acosan. Contempla como las grandes verdades y pilares del mundo se tambalean, desde la información veraz a la honradez del poder, sin olvidar conceptos básicos como la limpieza, la unidad y la Justicia, y ha decidido organizarse por su cuenta. Contempla con horror como se hunden pilares tan sólidos en apariencia como la sanidad pública y la justicia social y teme que pueden caer otros sustentos básicos del sistema, como las pensiones para los ancianos y hasta el concepto de nación.
Este movimiento creciente de una sociedad que vive y subsiste cada día más al margen de la autoridad representa un peligro mortal para el sistema político actual, ya que se basa en la desconfianza de los ciudadanos frente al poder instituido y, sin confianza, no puede existir jamás la democracia, que es un asistema que se dota de objetivos comunes, leyes y gobierno para convivir y crecer.
La desconfianza frente a un poder que no ha dado la talla y que se ha ganado a pulso el desprecio de los ciudadanos, cuyos dirigentes, los políticos, por sus abusos, corrupciones y fechorías, han caído en el desprestigio y el descrédito, está generando una especie de “ciudadanos nuevos”, más indignados, más autónomos, más libres, más desconfiados frente al poder público y mas conscientes de que nadie le va a salvar del hundimiento, si no lo hacen ellos mismos.
Fuente: Periodistadigital
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