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jueves, 9 de agosto de 2012

Buenas Nuevas DESPERTANDO 2012/08/07 UNA HERMOSA HISTORIA DE AMOR


Written By / Escrito Por: 
|
agosto 7, 2012
|
Posted In:
Buenas Nuevas DESPERTANDO 2012/08/07 UNA HERMOSA HISTORIA DE AMOR

UNA HERMOSA HISTORIA DE AMOR

LINDISIMA HISTORIA DE AMOR FRATERNAL, VALE LA PENA LEERLA HASTA EL FINAL!!
¡Cuidado! ¡Casi te estrellas con ese carro! Me gritó mi padre. “¿Es
que no puedes hacer nada bien?”
Esas palabras me dolieron más que un golpe. Volví mi cabeza hacia el
anciano sentado en el asiento junto a mí, desafiándome a contestarle.
Se me hizo un nudo en la garganta, y aparté los ojos. No estaba
preparada por otra pelea.

“Yo vi el carro papá. Por favor, no me grites cuando manejo.”
Mi voz fue medida y firme, que sonaba mucho más calmada de lo que
realmente me sentía.
Mi padre me miró furioso, después volvió su cabeza y se mantuvo
callado. En casa lo dejé enfrente del televisor y sali para componer
mis pensamientos. Había oscuras y pesadas nubes en el cielo,
prometiendo una lluvia. Un trueno distante retumbó como si fuera el
eco de mi agitación interna. ¿Qué puedo hacer con él?
Mi padre había sido leñador en el estado de Washington y Oregon.
Había disfrutado la vida al aire libre y le gustaba medir su fuerza
contra el poder de la naturaleza. Había entrado en agotadoras
competiciones de leñadores, y a menudo ganaba. Los estantes de su casa
estaban llenos de trofeos que probaban su habilidad.
Pero los años pasaron implacables. La primera vez que no pudo levantar
un pesado tronco, hizo una broma sobre eso; pero luego el mismo día lo
vi afuera solo, tratando de levantarlo. Se volvió irritable cada vez
que alguien le hacía bromas sobre estar envejeciendo, o cuando no
podía hacer algo que hacía cuando era joven.
Cuatro días antes de cumplir sesenta y siete años, tuvo un ataque al
corazón. Una ambulancia lo llevó al hospital mientras el paramédico le
hacía resucitación para mantener la sangre y el oxígeno circulando.
En el hospital, lo llevaron corriendo al cuarto de operaciones. Tuvo
suerte, sobrevivió. Pero algo en el interior de papá, murió. El gusto
por la vida desapareció. Obstinadamente se negaba a seguir las órdenes
del doctor. Las sugerencias y los ofrecimientos de ayuda eran
rechazados con sarcasmo e insultos. El número de visitantes disminuyó,
y finalmente cesaron. Papá quedó solo.
Mi esposo Dick y yo le pedimos que viniera a vivir con nosotros a
nuestra pequeña granja. Esperábamos que el aire libre y la atmósfera
de la granja le ayudaran a ajustar su vida.
Una semana después de su llegada, ya me habìa arrepentido de la
invitaciòn; nada le satisfacia. Criticaba todo lo que yo hacía. Me
sentí frustrada y deprimida. Pronto me di cuenta que estaba
desahogando mi rabia con Dick. Empezamos a discutir y a pelear.
Alarmado, Dick buscó al pastor y le explicó la situación. El pastor
nos dió citas para aconsejarnos. Al final de cada sesión, él oraba,
pidiendole a Dios que calmara la turbada mente de papá.
Pero los meses pasaban y Dios guardaba silencio. Había que hacer algo
y era yo la que lo tenía que hacer.
Al día siguiente me senté con la guía telefónica y llamé a cada una de
las clínicas mentales que había en el libro. Expliqué mi problema a
cada una de las voces llenas de simpatía que me contestaron. Justo
cuando estaba perdiendo la esperanza, una de esas voces amables de
repente exclamó, “¡Recién leí algo que podría ayudarla! Déjeme ir a
buscar el artículo…”
Escuché mientras ella leía. El artículo describía el sorprendente
estudio hecho en una clínica geriátrica. Todos los pacientes ancianos
estaban con tratamiento por depresión crónica. En todos ellos sus
actitudes mejoraron en forma excepcional cuando se les dio la
responsabilidad de cuidar un perro.
Fui a la municipalidad a ver los perros ofrecidos en adopción.
Después que llené un formulario, un oficial uniformado me llevó a los
corrales de los perros. El olor a los desinfectantes inundó mi nariz
cuando entré a las filas de jaulas. Cada una contenía de cinco a siete
perros. Los había de pelo largo, enrulado, unos negros y otros con
manchas que saltaban, tratando de alcanzarme. Los fui estudiando uno
por uno pero los rechacé a todos por distintas razones, demasiado
grande, o demasiado chico, o demasiado pelo, etc. Cuando llegué al
último corral, un perro desde la esquina más alejada se paró con
dificultad, caminó hacia el frente de la jaula y se sentó. Era un perro
alaska, una de las razas de magnifica estampa de apariencia lobezna.
Pero éste era una caricatura de la raza.
Los años habían puesto en su cara y hocico un poco de gris. Los huesos
de sus caderas sobresalían en triángulos desiguales. Pero fueron sus
ojos que atraparon mi atención. Calmados y límpidos, me observaban
fijamente.
Apuntando al perro, pregunté, ¿Qué me dice de éste? El oficial miró, y
sacudió su cabeza, intrigado. “El es un poco raro. Apareció no se sabe
de dónde, y se sentó en el portón del frente. Lo entramos, pensando
que quizá alguien viniera a reclamarlo. Eso fue hace dos semanas y
nadie ha venido. Su tiempo termina mañana”. Hizo un gesto, como que no
se puede hacer nada.
Mientras las palabras entraban a mi mente, me volví al hombre con
horror… “¿Quiere decir que lo van a matar?”
“Señora”, dijo dulcemente, “Es el reglamento. No hay lugar para todos
los perros que nadie reclama.”
Miré al alaska otra vez. Sus calmados ojos marrones esperaban mi
decisión. “Lo tomaré”, dije. Y manejé hasta casa con el perro sentado
en el asiento delantero a mi lado. Cuando llegué a casa, toqué la
bocina dos veces. Lo estaba ayudando a bajar del auto cuando papá
apareció en el porche del frente… “¡Mira lo que te traje, papá!”
dije entusiasmada.
Papá miró, y puso una cara de disgusto. “Si yo quisiera un perro lo
hubiera buscado. Y hubiera elegido uno mejor que esta bolsa de huesos.
Quédate con él, yo no lo quiero.” Agitó su brazo despectivamente y
empezó a caminar hacia la casa.
El enojo creció dentro de mí. Me apretaba los músculos de la garganta
y sentía latidos en las sienes. “¡Es mejor que te acostumbres a él,
papá, porque se queda con nosotros!”
Papá me ignoró… “¿Me escuchaste, papá?” Grité. A estas palabras papá
se volvió enojado, con sus manos apretadas a sus costados, con sus
ojos entornados con odio.
Estábamos parados mirándonos fijamente como duelistas, cuando de
repente, el alaska se soltó de mi mano. Fue cojeando despacio hasta
mi padre y se sentó frente a él. Entonces muy despacio,
cuidadosamente, levantó la pata delantera.
La quijada de mi padre tembló mientras se quedó mirando la pata
levantada. La confusión reemplazó la ira de sus ojos. El alaska
esperaba pacientemente. De pronto, papá estaba arrodillado, abrazando
el animal.
Fue el principio de una cálida e íntima amistad. Papá lo llamó
Cheyenne. Juntos, él y Cheyenne exploraron el vecindario. Pasaron
largas horas caminando por polvorientos caminos. Iban a las orillas de
los rápidos ríos, pasando largos momentos de reflexión.
Incluso comenzaron a ir juntos a la iglesia los domingos,
mi padre sentado en un banco y Cheyenne echado silencioso a
sus pies.
Papá y Cheyenne fueron inseparables a través de los tres años
siguientes. La amargura de mi padre se desvaneció, y él y Cheyenne
hicieron muchos amigos.
Entonces, una noche, muy tarde, me extrañó sentir la fría nariz de
Cheyenne revolviendo nuestras frazadas. Nunca antes había entrado a
nuestro dormitorio en la noche. Desperté a Dick, me puse el salto de
cama y corrí al cuarto de mi padre. Papá estaba en su cama, con una
faz serena. Pero su espíritu se había ido silenciosamente en algún
momento durante la noche.
Dos días más tarde, mi dolor se hizo todavía más profundo cuando
descubrí a Cheyenne tendido muerto junto a la cama de papá. Envolví su
cuerpo en la alfombra sobre la cual siempre había dormido. Mientras
Dick y yo lo enterrábamos en su lugar favorito cercano al rio, le
agradecí silenciosamente por la ayuda que me había dado para devolver
a mi padre la paz y tranquilidad.
La mañana de funeral de papá amaneció nublada y sombría. Este día se
ve de la misma manera que yo me siento, pensé, mientras caminaba hacia
la línea de bancos de la iglesia reservados por familia. Estaba
sorprendida de ver la cantidad de amigos que papá y Cheyenne habían
hecho, que llenaban la iglesia. El pastor comenzó su elogio del
difunto. Fue un tributo para papá y para el perro que había cambiado
su vida.
Entonces el pastor citó Hebreos 13:2. “No dejes de dar hospitalidad a
forasteros, porque haciéndolo, algunos han recibido ángeles sin
saberlo.” “Muchas veces he agradecido a Dios por haberme enviado un
ángel,” dijo.
Entonces me di cuenta, y el pasado cayó todo en su lugar, completando
un rompecabezas que no había visto antes: aquella amable y simpática
voz que me leyó aquel artículo sobre el estudio en la clínica
geriátrica. La inesperada aparición de Cheyenne en el lugar de los
perros para adopción. Su calmada aceptación y completa devoción a mi
padre y la proximidad de sus muertes.
Y de repente, comprendí. Me di cuenta que, ciertamente, Dios había
contestado mis plegarias en busca de su ayuda.
La vida es muy corta para hacerse dramas por cosas sin importancia, así que:
RIE CON FUERZA, AMA CON SINCERIDAD Y PERDONA RAPIDAMENTE. VIVE
MIENTRAS ESTES VIVO. PERDONA AHORA A AQUELLOS QUE TE HACEN LLORAR.
QUIEN SABE SI TENDRAS UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD.
Dios contesta nuestras plegarias a SU manera . . . no a la nuestra .

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